martes, 25 de diciembre de 2012

¿ Madrid 2012 ?


Me he vestido tres días seguidos con la misma ropa, tal vez por rebelarme contra este mundo de hábitos que no comprendo. Cada día me he preguntado delante del armario qué prefería ¿té o café?, todos los días la misma pregunta, entonces, me lanzaba hacia los vaqueros, el jersey morado que rescaté de la basura y mi chaqueta de cuero de un pound que aún huele a viejo. Al final siempre elegía té, también por romper la rutina de esta ciudad de recuerdos cristalizados. Alguien me toca el hombro por detrás y me dice que mire el caleidoscopio, pero en ese momento me escuecen los ojos tanto que no doy a basto con el suero fisiológico, las manos se me anegan de botecitos esterilizados que he abierto sin darme cuenta de que ya tenía otro en la mano, y otro más, y otro más, y así hasta que me he olvidado de lo que estaba haciendo.
¡Bien! Por esta vez nadie me ha visto y puedo salir a la calle, no quiero encontrar nada que pueda reconocer y me maquillo los hombros con el agua de las aceras, de pronto me entran unas ganas enormes de dibujarme acuarelas por el cuerpo y busco desesperadamente el pincel, lo he olvidado en casa, claro, con las prisas. No importa, pasaré otra noche más sin mis acuarelas, sin embargo, he logrado pasar desapercibida. 
Estoy sola, mi piel y las aceras.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Sin anestesia, por favor


El otro día escuché en la radio que Shubert se enfrenta a la vida sin anestesia, de modo que me decidí a tomar el séptimo té de la mañana y ponerme a asfaltar el suelo de la cocina. La verdad es que con el sol que entraba sentí sueño y me quedé dormida sobre el asfalto aún húmedo. Cuál fue mi sorpresa cuando al despertarme en mitad de la tarde, ya de noche, comprobé que no podía desprenderme del suelo. Llamé a mi madre, pero claro, no pudo escucharme porque hace ya muchos años que no vive conmigo; llamé a mi perra, pero tampoco pudo venir, no sé la verdad. Yo veía la lámpara y recordaba con alegría los días de verano, cuando me balanceaba en la cocina bajo el cielo de Londres y me aferraba al cable para que el tiempo no me llevase. Pero el tiempo te atrapa y te hace perder la memoria de quien fuiste, te fusila en el retrete mientras luchas por expulsar la última gota de tu cistitis crónica y te duele en la frontera de tu útero. 
No hay nadie, no habita nadie y el bosque se ha vuelto inodoro, e insípido, ¡ja!
Cerré los ojos para intentar olvidar mi estúpida situación y me acordé de cuando me quedé encerrada en la pantalla del ordenador. Siempre lo mismo, me dije, los objetos siempre me atenazan.
Y de pronto la navidad parece verano y el verano septiembre y los días relojes de arena y el tiempo perdido trabajos de amor y los dedos facturas de la comunidad y mi vida un tejido lunar y tú, no seas mi sueño.