El miedo supersticioso que más daño hace, y aun así sirvió de poco, nada sirve contra lo que ya se sabe y más se teme (quizá porque se lo atrae con fatalismo entonces, y se lo procura porque si no es un chasco), y uno suele saber cómo acaban las cosas, cómo evolucionan y qué nos aguarda, hacia dónde se encaminan y cuál ha de ser su término; todo está ahí a la vista, en realidad todo es visible desde muy pronto en las relaciones como en los relatos honrados, basta con atreverse a mirarlo, un solo instante encierra el germen de muchos años venideros y casi de nuestra historia entera.
(Javier Marías)
Tengo miedo, dame tu mano, no hay nadie, no te veo, mamá...mamá...mamá...(suena su voz como un metrónomo, tac...tac...tac...), mi voz me asusta, el pelo se me ha caído, me gustaría mirarme, me parece que en el bolsillo guardaba un pequeño espejo nada nada nada (suena otra vez el metrónomo tac tac tac)
domesticar, domesticado, domesticarme, domesticarse, myself, myself, myself...do do do la la la...y así hasta el infinito.
Me acuerdo de un viejo truco y preparo mis uñas, las afilo con los restos putrefactos de los últimos recuerdos, ¡afilador! (llamo) ¡el afiladoooor! (suena infinitamente en mi memoria el sonido de la flauta aplastada, la boca me sabe a plástico y asumo que nada ha sucedido, que no he vivido)
Me enfundo en las tiras deshilachadas de todos los forros que hoy me he calzado, los guantes de piel negros se me están deshaciendo, no encuentro la funda de las gafas y de nuevo se me nubla la vista otra vez. ¿Dónde han quedado las palabras? Se me ahogan los gritos entre los restos agostados de mis cuerdas vocales. Busco alguna postal que me haga escuchar de nuevo la voz de la vieja ciudad, la boca me sabe a hueso y yo sueño con la densidad del trigo dulce que se respira en sus calles ¿existes? (le pregunto nuevamente) Es la vez doscientos veintisiete que formulo esta pregunta. De nuevo se me llena la boca de leche caducada y me lamento por dejar que se me pasen los días sin contar en mi nevera. Me gustaría estar colgada de la lámpara, pero aquí no hay nada nada (lo dije antes ¿no?)
Me gustaría también llamarte, vocearte, arrugarte el nombre con aullidos desesperados, me gustaría compadecerme y compadecerte, me gustaría negarme y negarte, me gustaría.
Estúpido, me gustaría...no, me gustaría.
Me niego de nuevo.
Escucho el sonido de las noticias en la radio, la lavadora que calma, el lavaplatos que me recuerda metronómicamente que estoy en el hogar, la ropa tendida ¡¿tendida?!, el olor de la cocina fregada con la comida acabada del sábado, la luz de la nevera, el sonido del congelador. Me refugio en los espacios vacíos, no me refugio. Tengo miedo, el monstruo aguarda en el límite de las puertas y no me atrevo a salir. Ya no me gusta que me viole, no me gusta gustar.
He aprendido a no pensar, pero el vapor de la plancha recorre absolutamente los pasillos de mi cerebro. Pasa un avión, he perdido la cuenta, necesito aire, el agujero permanece estático, ¿dónde está mi cámara? se me ha ocurrido hacerme otra foto en el reflejo de mi maleta. ¿Vienes? ¿A qué hora? ¿Estás en la oficina? ¿Cuánto vas a tardar? ¿Viajas sola? No tardes, me estoy ahogando...¿qué? tac tac tac ¿? ¿? ¿? ¿? y danzan en los raíles del tube tubo taba taba taba taba taba me voy
¿cómo? que me voy ¿cómo? que me marcho ¿cómo? no puedes salir, estás en un agujero.
(...)
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