jueves, 7 de agosto de 2025

Hablar

Avena, mañana iremos a caminar al campo. No te lo he dicho antes porque hubieras empezado con tus preguntas y sé que no hubieras podido dormir esta noche. Eres así, tu curiosidad puede con el sueño, la expectación de la vida te despierta y podrías desadormecer al cansancio aunque estuviera acostado. Por eso no te hablé de la montaña, de los lobos, de los niños que caminan entre árboles gigantes y se quedan a la sombra. 

Antes de dormirte te leo un cuento. No me acuerdo de que cada vez que lo hago, tus pensamientos cruzan por la habitación y me inquieto. Esta noche la luna entraba intermitente en ráfagas en nuestro cuarto, a veces una nube las tapaba y a veces no. Te asustabas un poco en la oscuridad, pero entonces los pensamientos sobrevolaban tu cama moviendo el aire, levantaban un poco el embozo de tu sábana y te reías. A mí me sobrecoge un poco esto, porque los escucho pasar riendo y hablando entre ellos. Esta noche nos han mojado, venían llenos de mar o de arena. Esto me ha angustiado y he tenido que bajar al arroyo a lavarme, a quitarme las piedrecitas que se te han caído de los bolsillos cuando revoloteabas por el cuarto con ellos.

Antes de apagar la luz me has dicho que tú nunca vas a ir a un bosque de lobos y te has dormido. 

Bajo al arroyo con una toalla, sé que estás ya soñando con tus cosas. Me he sentado donde siempre nos ponemos a jugar y a contar las piedras del arroyo. Yo siempre sonrío porque te veo en tu afán de contarlas todas mientras se te escapan en el agua y se pierden sin que te des cuenta. Me hablas, miro al cielo.

Ha pasado una nube y me he quedado a oscuras, se escucha el viento y dudo si es tu imaginación que se ha venido conmigo. Me paro a escuchar, pero el camino está en silencio. Respiro. No sé porque hoy tu curiosidad me ha inquietado. No sé porque bajo hoy a quitarme la arena que se ha pegado a mis pies, no sé por qué siento frío.

Otra nube. 

Escucho el rumor del agua del arroyo. He bajado la tela blanca con la que siempre nos lavamos, su color me ha hecho pensar en la muerte y he querido llorar.

Recuerdo que me has preguntado mientras leía, con los ojos aún abiertos, qué era la muerte y me decías que tú nunca irías a un bosque de lobos. Yo tampoco quiero ir Avena, a mí también me asusta, te he dicho. 

Me estoy ya secando los pies, la piel de mis manos tiene surcos pequeños, suaves, infinitos, me hablan del tiempo, de ese pasar que para ti aún no existe. Miro el aire, escucho la noche y deseo que nunca acabe, que ojalá estemos así siempre, eternos. Aunque me altere algunos días como hoy con tus pensamientos. 

He vuelto a casa descalza, olvidé mis alpargatas junto al agua y no quise volver para recogerlas. He recorrido la senda sientiendo la humedad del bosque en mis pies y me he preguntado que por qué tendríamos que ir a un bosque de lobos.

Abro la puerta y voy a mi cama, no voy a limpiarme los pies llenos de tierra mojada. Estoy cansada, hoy hemos jugado todo el día y tengo sueño. Antes de dormirme he pensado que mañana, cuando vayamos al campo, te voy a pedir que nos quedamos aquí para siempre, en esta casa en el valle y así yo no tendré que irme y tú no me dirás adiós desde la puerta.

Nos hemos despertado temprano y salimos, huele a hierba mojada. Empezamos a andar y tú te paras a cada momento y me llamas.

- ¡Yaya, mira! Yaya, ¿puedo coger un caracol?, yaya, mira esta araña grandísima.

Y tu voz suena interminable en el valle y se mezcla con tus preguntas.

Yo camino en silencio, aún siento el frío de la noche en el arroyo.

La mañana está despejada y vemos a tu madre en la dehesa, nos llama con los brazos y tú aún no puedes verla. La saludo de vuelta y no me preocupo por no sonreír porque sé que aún no puede verme. Ella sonríe. Cuando la ves sales corriendo envuelto en tus preguntas y la llamas. Ella no ha dejado de sonreír. Yo camino aún despacio, el rocío está calando mis zapatos y siento otra vez los pies mojados.

Llego también a la dehesa y os veo en el suelo, hablando. No os daís cuenta del rocío y de que también estáis mojados. Sonrío al llegar a vuestro encuentro y aún de pie te escucho que preguntas a tu madre:

- Mamá, y ¿cuándo yo sea mayor, yaya estará muerta?

Siento tu mirada y te escucho.

- Mamá, vamos.

Te sonrío y seguimos caminando.

Conversando con Avena en la noche, en el bosque de los lobos.

Audio

https://drive.google.com/file/d/17bm7mcOXrAnP82FVlvvWviYGyB2oqULd/view?usp=sharing



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