Avena, ayer nos miramos a los ojos. Juntamos nuestras frentes y nos reímos.
Nos divierte jugar a los cíclopes.
Así, tan cerca, nuestra cara desaparece y queda un ojo, gigante, redondo, único. Es imposible ver el resto de la cara, imaginamos que está, que rodea nuestro ojo compartido, porque mi ojo es el tuyo, el que veo y el tuyo es el que tú miras. Y te ríes con la boca abierta, enseñando tus pequeños dientes blancos, de leche.
Te parece tan divertido, que hay un momento que ya no sé si es tu cara la ríe. Me desorienta sentirte extraño, como si tu risa fuera la de un cíclope que se interpone en nuestro juego.
Entonces llamo a Ulises, tú apenas te fijas en mi voz porque grito en silencio, bajito, como cuando te dormías de aún más pequeño.
Me acuerdo de la otra tarde, cuando te busqué en los campos y me encontré montones de avena y reí yo sola. Creí que estabas escondido, que habías preparado un juego nuevo, que en nuestro universo ya no había cíclopes. Mientras, los puñados de avena que había cogido en mis manos, se me iban resbalando entre los huecos de mis dedos y yo no me daba cuenta, y seguía riendo alto porque pensaba que me escuchabas.
Pasó un rato, y me extrañó que no llegaras. Entoncés me senté a esperarte y dejé que se fuera la tarde y que llegara la noche y la luna y lo oscuro inquietante de no ver. A ti no te gusta la oscuridad.
Pensé que te habías marchado. Ulises tampoco había acudido a mi llamada.
No quiero tumbarme aquí a dormir al raso, sin estrellas ni luna. Yo quiero estar contigo Avena, pero me vencía el sueño, el cansancio de haber caminado con los cícloples. Hacía un poco de frío y no quería cobijarme por si aparecías. La noche sería más lenta y más larga esperándote.
Aún tenía los ojos abiertos cuando te vi. Llegabas heróico, tu pecho henchido de flores, la barba incipiente y la mirada futura. Detrás de ti venía Ulises, silencioso y pensativo, distraído. No traías al cíclope, tus dientes ya no eran de leche y la barba oscura había crecido en tu rostro. Me buscabas con la mirada, venías lleno de historias que contarme, tus aventuras.
Yo quería salir a encontrarte. Me agaché, apreté en mis puños los copos de avena que aún no se habían escurrido y me escondí entre las espigas para que no me vieras. Y me dormí y soñé con nuestro cíclope y con que aún éramos en la tarde, los tres.
Te mueves entre las espigas, cruje el viento y te vuelves a mirarlo, con tu mano descuidada has dejado volar varios copos de avena. Me ves, nos miramos, sonreímos y vamos a encontrarnos. Estás cansado y me pides que te coja.
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