Su padre la había animado a esta aventura. Sabía que escribía bien y que tenía material suficiente para una obra de autoayuda acerca del desamor.
Carolina estuvo siempre convencida de que es posible olvidar, dejar de amar, de que los sentimientos que nos ligaron a la persona que quisimos cambian a lo largo del desamor. Al menos esa había sido su experiencia. Sin embargo, le había costado mucho encontrar un hilo conductor al desarrollar su teoría, construir un recorrido sólido por donde desamar.
Le gustaba organizar eventos y este era especial, era la presentación de su obra. Estaba un poco nerviosa. No le gustaban las situaciones difíciles, sin embargo, no sabía muy bien por qué, en esta ocasión había querido invitar a participar a sus exes. Se le ocurrió sentada en su estudio, al escribir la dedicatoria. Mientras redactaba la nota pensaba en su vida, en quiénes habían pasado por ella. No era melancólica. Pensó en cada uno de los hombres que había amado y dudó, por un instante, quiénes ocupaban ese lugar de su vida. Se preguntó por qué algunos no formaban parte de ese grupo.
Sostuvo su recuerdo, el color de sus ojos y las últimas palabras que se dijeron y que había anotado en una vieja libreta aún guardaba en un cajón de su estudio.
Había enviado un mail a cada uno de ellos hacía unas semanas. Al clicar en enviar, sintió pánico y alivio al mismo tiempo. Ya es inevitable. A cada uno le había pedido que viniera a la presentación del libro y trajera una pregunta. Les explicaba que no buscaba nada formal, ni siquiera era necesario que lo hubiesen leído. No les había enviado tampoco un ejemplar por cortesía.
Siempre le gustaba tener todo controlado. Sin embargo, esta vez sabía que se le escapa la situación.
En la editorial le habían insistido en que la idea de hacer una presentación original podía echar por tierra la difusión y por consiguiente la venta, que una presentación formal era suficiente, que lo importante son los contactos Carolina, no necesitamos experimentos, tan solo dar a conocer tu libro, ni siquiera eso, es solo algo rutinario, ¿entiendes?
Pero por algún motivo que desconocía, necesitaba hacerlo.
La editorial llegó a plantearse incluso cancelar el evento poniendo cualquier excusa, pero no era sencillo. Estaba ya todo organizado, las invitaciones habían sido enviadas y estamos a dos días de la presentación Carolina. En la editorial no estaban seguros de cómo podría encajar esto con el marketing realizado.
En la sala aún seguía entrando gente, el murmullo iba subiendo por momentos.
Desde el estradillo, de pie, sujetándose desde la delgadez de su traje de lino blanco que le había traído mamá de París y con un halo de tristeza en los ojos, pensaba que la suerte puede ser deshonesta, que el éxito es tal vez tener contactos.
Se detuvo en la blancura cibernética de las sillas de cuero, en las paredes blancas de pintura plástica, en los leds que pretendían crear un ambiente cálido y sintió que se ahogaba.
El rumor de las conversaciones fragmentadas fue fundiéndose en un ligero rumor que desapareció hasta quedar todo en silencio. La luz se fue haciendo más tenue, la sala estaba prácticamente a oscuras. Volvió a sentir que se ahogaba. Pensaba su vida, en su trabajo, en sus éxitos.
Los asistentes tenían ya la mirada fija en la escritora, el silencio era total.
Carolina se fijó en las cuatro sillas vacías que había reservado en la primera fila donde deberían estar sentadas sus exparejas. Sonrío con tristeza.
Luchó un momento con el sabor amargo de lo predecible.
-Señora por favor, no puede pasar. Le digo que el aforo está com
pleto.
Los asistentes se giraron hacia la puerta de entrada a la sala.
Una mujer de unos cuarenta años intentaba explicar con buenos modales al guardia de seguridad que tenía una invitación.
El guardia insistía en que no estaba en la lista.
- Le repito que aquí no hay ninguna Sara Serna...- el seguridad dudó y decidió quedarse en el primer apellido. El segundo era alemán y tenía miedo de no saber pronunciarlo bien.
Por un momento la mujer alzó la voz.
Desde donde estaba, Carolina veía la silueta de la mujer. Bajo del estradillo y se dirigió hacia la puerta. Había algo en ella que le resultaba familiar. Cuando estuvo enfrente y vio sus ojos reconoció la expresión cansada de su mirada. Lo recordó paseando juntos por el Retiro, se recordó a sí misma leyéndole poesías en la cama. Recordó mentalmente las últimas palabras que se dijeron.
Se miraron a los ojos, se vieron, se abrazaron.
La mujer cogió a Carolina por ambas manos y le preguntó.
- ¿Eres feliz?
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