Estaba sacando la tarjeta de crédito para pagar la cena, cuando sonó el teléfono. Era un mensaje de mamá. No tuvo tiempo de abrirlo. Sara volvía ya del cuarto de baño. Carol hizo una seña al camarero para que le trajera la cuenta.
Pagó y mientras Sara se ponía el abrigo ya de pie, abrió el
móvil y leyó el whatsapp. Era su madre, no había venido a la presentación del
libro, tampoco había avisado, no le sorprendía. Solía hacerlo, no era la
primera vez que faltaba en momentos importantes de su vida. A veces por
papá, ya sabes dear, en otras ocasiones eran sus
jaquecas o tenía un compromiso, darling, siempre te digo que me avises
con tiempo.
Querida Carol,
me gustaría decirte o escribirte algo muy bonito y profundo, pero no encuentro
la forma, ni el tono, ni nada de nada. Estoy últimamente un poco cansada, con
palpitaciones y cosillas variadas, nada grave, que me llevan a buscar el
bienestar y la paz antes que el amor y la poesía. Te he escuchado y me gusta
saber de ti. Tú sigue creando y creando la vida.
Un gran beso,
Mum
- Carol, Carolina, ¿qué pasa bebé? Estás llorando. ¿Pasa
algo?
Carolina levantó la cabeza y miró a esta mujer, a la que
apenas reconocía. Quería llorar profundamente, sentía que había perdido
demasiadas cosas a lo largo de su vida, deseaba olvidar cada ausencia, se
sintió otra vez paralizada.
- Carol, Carol amor, ¿estás bien?, Carol.
Carol la oía desde lejos, como un sueño corto, breve o
callado. Volvió a sentir que se le paraba el tiempo, la misma sensación de los
días previos a la presentación del libro. El editor le
recomendó una terapeuta muy buena, Carol, no seas terca, tómatelo como
un masaje, corazón.
- Sí, gracias.- le respondía distraída
mientras desembalaba los libros de las cajas. Sí, sí, lo guardo y llamo mañana,
seguro que un terapeuta me va a venir bien, gracias Mariano.
Sara la sacudió por el hombro.
- Cariño...
Carol la miró a los ojos, reconoció la media
sonrisa que había amado y sonrió. Sara la cubrió
con la chaqueta y la impulsó suavemente por el brazo, invitándola a salir de
allí.
- Venga bebé, arriba. Nos vamos. He pedido un Bolt. Nos
vamos a mi casa. Tenemos muchas cosas que contarnos
Cuando se despertó se sentía densa, acorchada. No recordaba muy bien por qué estaba allí. Sara apareció por el pasillo y se acercó al sofá donde estaba Carol.
- Cielo, ¿cómo estás? Llevas ya un rato dormida.- sonrió dulcemente.
- Me das un vaso de agua por favor y también el móvil...-
dudó antes de seguir hablando, sonrió.
- Sara, soy Sara cielo. No pasa nada bebé, descansa. Toma,
bebe. No te preocupes por nada. Descansa. ¿Tienes algo qué hacer esta noche?
- No, no sé. Creo que íbamos a ir a cenar con el equipo directivo. Al restaurante Edeweils creo. Acércame el móvil por
favor.
Sara le acercó el móvil. Se detuvo en sus ojos vidriosos,
recordó cuando pasaban las tardes juntos, en el piso compartido de la calle
Relatores. Cuando aún escribía. Al empezar la transición abandonó la escritura.
Siempre se decía que era normal, estoy muy centrada en mi proceso, no
puedo pensar en otra cosa.
Por aquellos días su actividad literaria había ido dando
fruto, tenía ya editor y estaba proyectando con la editorial la publicación de
su primer libro de prosa poética.
Carol dejó el teléfono en la mesita y se cubrió con la manta
que tenía encima. Sonrió a Sara.
- Ven, siéntate a mi lado.
Se cubrieron con la manta.
- Sara, ¿dejaste la editorial? Justo cuando estabas a punto
de publicar tu primera obra. La que tanto amabas, que tanto compartimos
y que yo te corregía.
- No pasa nada, no tienes por qué entender, no hay
respuestas. A veces simplemente pasa.
- No Sara, no pasa, la vida te ha dado una oportunidad. ¿Has
seguido escribiendo?
Sara guardó silencio, temía que Carol le pidiera que le
enseñase sus escritos.
- Sí, he seguido Carol, claro que he seguido escribiendo.
Y se detuvo en seco, hubo un silencio tenso. Sara respiró,
miró a Carol y continúo hablando
- No, no, claro que no. No sé qué escribir. Se me agotaron
las ideas. Dime, ¿de qué podría escribir? Es así Carol, las ideas, a veces, son
parte de un tiempo en tu vida. Las necesitas para expresarte, para transformar
lo que te ahogaría si no pudieras escribirlo.
- Pero los dos creíamos que éramos escrítores...
Se miraron a los ojos. Sara se levantó bruscamente y se
dirigió hacia la cocina, aún llevaba en la mano el vaso de agua. Lo puso
mecánicamente en el borde de la encimera de la cocina del loft, se resbaló y cayó al suelo salpicándola entera. Vió que tenía algunas gotas de sangre en
los tobillos. Esto es ridículo. No sé qué hago aquí con ella, el tiempo mancha
los huecos que no has vivido. De pronto te encuentras con tu pasado y crees que
nunca se había ido.
Sara bajó la
cabeza, miraba la línea fina que separaba las losetas del suelo, no quería
llorar. Le parecía injusto que después de tantos años, se repitiera de nuevo la
misma conversación, el mismo empeño. Se sentía tan frustrada por no haber
tenido la oportunidad de hablar de sí misma. No la veía.
Carol se retiró
la manta y se levantó. Sara la miró con tristeza y fue hacia la habitación para
traerle su abrigo y el bolso.
- ¿Dónde vas?-
preguntó Carol sobresaltada- Sara, no me voy.
Sara se volvió,
ahora tenía los ojos húmedos. Volvió al sofá y se sentó junto a Carol, se
cubrieron con la manta y se abrazaron.
- Carol, has sido mi gran amor.
- ¿Eres feliz Sara?
- Ahora sí.
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