domingo, 1 de agosto de 2021

Filomena

Va a nevar, nieva, nevó y nevó y nevó y siguió nevando durante días y la ciudad se cubrió de nieve y de hielo y no pudimos salir otra vez de nuestras casas.

Yo, como sabes que me gustan tanto las aventuras, sí salí. 

Quería quedarme en casa, me parecía perfecto quedarme en casa, me quedé en casa, con los gatos, pero al día siguiente... cuando me desperté y me asomé a la ventana...

Todo estaba cubierto de nieve, las calles, las casas, los árboles, los bancos. Colgaban carámbanos de los tejados de las casas y la luz era blanca, era gris, era mate. 

El frío, era diferente a nunca, era frío, subía desde el suelo y se pegaba a las mejillas coloreándolas de rojo. 

Desde la radío se recomendaba no salir a calle. 

Eran aún los días de pandemia Avena y cualquier encuentro sorprendente era peligroso. En aquellos días, no se podía compartir ni expresar el amor, no se podía besar ni abrazar y todos teníamos nuestras caras cubiertas por una mascarilla. Solamente se veían nuestros ojos por encima. En aquellos días era mejor hacer nada, y sin embargo había nevado, era la nevada más inmensa que nadie había visto antes, nadie de los vivos. 

La nieve Avena, tú aún no entiendes, es tan hermosa. La nieve es sorprendente y tan blanca que cambia los colores, la nieve te da calor y te da ganas.

Cogí el teléfono y llamé a mamá, ¿quién si no? ¿qué persona en esta ciudad hubiera dicho sí? 

Organizamos todo rápidamente, el frío, la luz, el hielo y nos encontramos. 

Nada era conocido y todo, era bello. El ruido había parado, de nuevo, estábamos entonces acostumbrados a los sonidos de la vida. Se escuchaban los copos cayendo sobre la nieve y los pasos sobre nuestras botas, se escuchaba la admiración de los sorprendidos. 

Hicimos el ángel, fotos, caminamos, dimos la vuelta, tocamos la nieve y nos miramos las mejillas, rojas y vivas, como estufas manteniendo el calor del hogar. 

Fue así Avena, tú lo viste apenas, lo entendiste apenas en aquel 9 de enero de 2021, el año en el que todos nos llenamos de esperanza y espera de que todo sería mejor, de que no pasaría nada extraño que nos volviera a meter en casa y nos impidiera estar juntos, el año en el que todos soñábamos con que terminaría la pandemia y volveríamos a nuestras casas de siempre, con nuestros rostros de siempre y nuestras cosas, esas cosas Avena, que a veces quedan en las superficies y que tanto nos acompañan sin saber.

Primeros Pasos

No recuerdo bien la fecha, debí apuntarlo, lo siento Avena. Creo que aún no era invierno.

Habíamos salido los tres y nos entró hambre, mamá se había ido un momento y nosotros nos sentamos a esperarla en la mesa de la cafetería.

Ya en esos días te ponías de pie. Fue un maravilloso descubrimiento. Aprendimos a ver en línea recta, podíamos encontrar objetos en la superficie, cosas que se quedan esperando, como nosotros ahora a mamá. Cosas inimaginables para ti, cotidianas para nosotras, repetidas y guardadas tantas veces, para volver de nuevo a veces invisibles. Nunca invisibles a tus ojos.

Estabas apoyado en mis piernas, en esos días necesitabas siempre apoyo, en ese modo tuyo, imperceptible para ti y constante para nosotras. 

¿Qué viste Avena que te invitó a desprenderte?

Empezaste a escurrirte entre mis piernas hacía adelante, te alejabas y me mirabas ilusionado, me decías con tus ojos que iba a pasar algo, que lo que hacías iba ser tu primera vez. Me mirabas cantando y riendo, me mirabas sin decir, porque aún no hablabas con palabras y yo no sabía lo que estaba pasando, pero te escurrías y yo te dejaba, no podía soltarte Avena, porque si te soltaba te caías, porque en esos días, tú aún no sabías andar. 

No quería interrumpirte, sentí algo mágico, no sabía y te dejé, te seguí. Empecé a estirar mis piernas en una postura ridícula, a levantarlas del suelo para hacerte un pasillo. 

¡Estabas andando!

Yo alargaba mis piernas sentada en mi silla y tú caminabas agarrado ahora a mis rodillas y te reías, te reías alto y con tu pequeña boca abierta para que saliera la alegría, la destreza, la ilusión de vivir querido y pequeño Avena.

Llegaste al final del corredor, agarraste mis tobillos y me miraste, supe que ya no ibas a pararte. Tal vez por ese modo tuyo imperceptible, para no sentir el apoyo. 

Tu mano tocó el aire, mamá llegaba, las dos rompimos a reír a carcajadas para celebrar tus pasos y tú reías otra vez, en ese torrente sonoro que es tu risa, una risa tallada, como de antaño, como de vida antigua
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