domingo, 8 de diciembre de 2024

CF


La sala estaba abarrotada de gente. No es que Carolina fuera una escritora consolidada, ni siquiera era conocida en el mundo editorial. De hecho, este era su primer libro y hoy lo presentaba en el Círculo de Bellas Artes.

Su padre la había animado a esta aventura. Sabía que escribía bien y que tenía material suficiente para una obra de autoayuda acerca del desamor.

Carolina estuvo siempre convencida de que es posible olvidar, dejar de amar, de que los sentimientos que nos ligaron a la persona que quisimos cambian a lo largo del desamor. Al menos esa había sido su experiencia. Sin embargo, le había costado mucho encontrar un hilo conductor al desarrollar su teoría, construir un recorrido sólido por donde desamar.

Le gustaba organizar eventos y este era especial, era la presentación de su obra. Estaba un poco nerviosa. No le gustaban las situaciones difíciles, sin embargo, no sabía muy bien por qué, en esta ocasión había querido invitar a participar a sus exes. Se le ocurrió sentada en su estudio, al escribir la dedicatoria. Mientras redactaba la nota pensaba en su vida, en quiénes habían pasado por ella. No era melancólica. Pensó en cada uno de los hombres que había amado y dudó, por un instante, quiénes ocupaban ese lugar de su vida. Se preguntó por qué algunos no formaban parte de ese grupo.

Sostuvo su recuerdo, el color de sus ojos y las últimas palabras que se dijeron y que había anotado en una vieja libreta aún guardaba en un cajón de su estudio.

Había enviado un mail a cada uno de ellos hacía unas semanas. Al clicar en enviar, sintió pánico y alivio al mismo tiempo. Ya es inevitable. A cada uno le había pedido que viniera a la presentación del libro y trajera una pregunta. Les explicaba que no buscaba nada formal, ni siquiera era necesario que lo hubiesen leído. No les había enviado tampoco un ejemplar por cortesía.

Siempre le gustaba tener todo controlado. Sin embargo, esta vez sabía que se le escapa la situación.

En la editorial le habían insistido en que la idea de hacer una presentación original podía echar por tierra la difusión y por consiguiente la venta, que una presentación formal era suficiente, que lo importante son los contactos Carolina, no necesitamos experimentos, tan solo dar a conocer tu libro, ni siquiera eso, es solo algo rutinario, ¿entiendes?

Pero por algún motivo que desconocía, necesitaba hacerlo.

La editorial llegó a plantearse incluso cancelar el evento poniendo cualquier excusa, pero no era sencillo. Estaba ya todo organizado, las invitaciones habían sido enviadas y estamos a dos días de la presentación Carolina. En la editorial no estaban seguros de cómo podría encajar esto con el marketing realizado. 

En la sala aún seguía entrando gente, el murmullo iba subiendo por momentos.

Desde el estradillo, de pie, sujetándose desde la delgadez de su traje de lino blanco que le había traído mamá de París y con un halo de tristeza en los ojos, pensaba que la suerte puede ser deshonesta, que el éxito es tal vez tener contactos.

Se detuvo en la blancura cibernética de las sillas de cuero, en las paredes blancas de pintura plástica, en los leds que pretendían crear un ambiente cálido y sintió que se ahogaba.

El rumor de las conversaciones fragmentadas fue fundiéndose en un ligero rumor que desapareció hasta quedar todo en silencio. La luz se fue haciendo más tenue, la sala estaba prácticamente a oscuras. Volvió a sentir que se ahogaba. Pensaba su vida, en su trabajo, en sus éxitos.

Los asistentes tenían ya la mirada fija en la escritora, el silencio era total.

Carolina se fijó en las cuatro sillas vacías que había reservado en la primera fila donde deberían estar sentadas sus exparejas. Sonrío con tristeza.

Luchó un momento con el sabor amargo de lo predecible.

-Señora por favor, no puede pasar. Le digo que el aforo está com
pleto.

Los asistentes se giraron hacia la puerta de entrada a la sala.

Una mujer de unos cuarenta años intentaba explicar con buenos modales al guardia de seguridad que tenía una invitación.

El guardia insistía en que no estaba en la lista.

- Le repito que aquí no hay ninguna Sara Serna...- el seguridad dudó y decidió quedarse en el primer apellido. El segundo era alemán y tenía miedo de no saber pronunciarlo bien.

Por un momento la mujer alzó la voz.

Desde donde estaba, Carolina veía la silueta de la mujer. Bajo del estradillo y se dirigió hacia la puerta. Había algo en ella que le resultaba familiar. Cuando estuvo enfrente y vio sus ojos reconoció la expresión cansada de su mirada. Lo recordó paseando juntos por el Retiro, se recordó a sí misma leyéndole poesías en la cama. Recordó mentalmente las últimas palabras que se dijeron.

Se miraron a los ojos, se vieron, se abrazaron.

La mujer cogió a Carolina por ambas manos y le preguntó.

- ¿Eres feliz?





lunes, 21 de octubre de 2024

Cíclopes

Avena, ayer nos miramos a los ojos. Juntamos nuestras frentes y nos reímos.

Nos divierte jugar a los cíclopes.

Así, tan cerca, nuestra cara desaparece y queda un ojo, gigante, redondo, único. Es imposible ver el resto de la cara, imaginamos que está, que rodea nuestro ojo compartido, porque mi ojo es el tuyo, el que veo y el tuyo es el que tú miras. Y te ríes con la boca abierta, enseñando tus pequeños dientes blancos, de leche.

Te parece tan divertido, que hay un momento que ya no sé si es tu cara la ríe. Me desorienta sentirte extraño, como si tu risa fuera la de un cíclope que se interpone en nuestro juego.

Entonces llamo a Ulises, tú apenas te fijas en mi voz porque grito en silencio, bajito, como cuando te dormías de aún más pequeño.

Me acuerdo de la otra tarde, cuando te busqué en los campos y me encontré montones de avena y reí yo sola. Creí que estabas escondido, que habías preparado un juego nuevo, que en nuestro universo ya no había cíclopes. Mientras, los puñados de avena que había cogido en mis manos, se me iban resbalando entre los huecos de mis dedos y yo no me daba cuenta, y seguía riendo alto porque pensaba que me escuchabas.

Pasó un rato, y me extrañó que no llegaras. Entoncés me senté a esperarte y dejé que se fuera la tarde y que llegara la noche y la luna y lo oscuro inquietante de no ver. A ti no te gusta la oscuridad.

Pensé que te habías marchado. Ulises tampoco había acudido a mi llamada.

No quiero tumbarme aquí a dormir al raso, sin estrellas ni luna. Yo quiero estar contigo Avena, pero me vencía el sueño, el cansancio de haber caminado con los cícloples. Hacía un poco de frío y no quería cobijarme por si aparecías. La noche sería más lenta y más larga esperándote.

Aún tenía los ojos abiertos cuando te vi. Llegabas heróico, tu pecho henchido de flores, la barba incipiente y la mirada futura. Detrás de ti venía Ulises, silencioso y pensativo, distraído. No traías al cíclope, tus dientes ya no eran de leche y la barba oscura había crecido en tu rostro. Me buscabas con la mirada, venías lleno de historias que contarme, tus aventuras. 

Yo quería salir a encontrarte. Me agaché, apreté en mis puños los copos de avena que aún no se habían escurrido y me escondí entre las espigas para que no me vieras. Y me dormí y soñé con nuestro cíclope y con que aún éramos en la tarde, los tres.

Te mueves entre las espigas, cruje el viento y te vuelves a mirarlo, con tu mano descuidada has dejado volar varios copos de avena. Me ves, nos miramos, sonreímos y vamos a encontrarnos. Estás cansado y me pides que te coja. 




jueves, 22 de agosto de 2024

Escribir

 

Avena, esta mañana cuando me he despertado, me acordé de que soñé que me escribías una carta. Me decías al empezar:

Querida nana,

Yo me emocioné al ver las letras torcidas, perdiendo el equilibrio y enseguida cogí papel de carta y mi pluma y me senté a escribirte. Al comenzar, me quedé pensativa, imaginando qué cartas escribirías a lo largo de tu vida. Recordé tu inocencia y el sentido de las letras que no son más que letras. Me puse a pensar en como, cuando crecemos, todo parece tener un sentido oculto. Pero de pronto te escuché desde mi habitación del tejado, subías las escaleras jugando a preguntar. Ponías un pie en un escalón y me hacías una pregunta, yo me quedaba un tiempo pensativa y entonces, cuando empezaba a responderte, ya estabas en el siguiente escalón y me preguntabas otra vez. 

Los significados de la vida cambian al pasar, igual que pasan tus preguntas inmediatas, como ayer cuando leíamos cuentos y hablábamos de que si los lobos entran en las casas y yo te explicaba que hay dos mundos, el mundo de las fábulas y el de los bosques. Tú llegaste a la conclusión de que no irías a los bosques de lobos y yo sonreí y recordé que yo siempre soñaba con ir a esos bosques, que nunca pensé en el miedo, tan solo en la fantasía de que la infancia se prolongase hasta toda mi vida.

Miedo a crecer y sin embargo tú, quieres crecer Avena. Te gusta descubir la vida y conocerla para entrar con cuidado en ella, a tu ritmo. 

Tú me recuerdas siempre cosas, me recuerdas al escribir esto, que yo no entendía con cuidado y que aún lo desconozco y me doy cuenta de que tu madre tampoco lo entendió. 

A veces Avena, el ansia por la vida nos confunde y solo queremos correr. 

Tal vez en algún momento de mi infancia me olvidé de crecer y así pude seguir soñando que en los bosques, los lobos llevaban gorras de lana con cuadrados azules y bufandas ceñidas al cuello.

Me gusta este modo que tienes de adentrarte en tu vida, tu manera lógica de no querer dañarte, cuando yo no me doy cuenta del daño que puede hacer la vida después de vivir. 

Somos tan diferentes Avena, a pesar de que tengamos la piel oscura en verano, casi en esta competición en la que tú siempre ganas, porque tú le gustas más al sol.

Me preguntaste ayer, antes de dormirte, si esta mañana me despertaría para escribir. Por eso ahora estoy en mi cama, contigo acurrucado a mi costado, para que no te despiertes y yo pueda seguir escribiendo.

Me pregunto, me respondo, sé que es posible escribir y leer cuidando Avenas, que existen siempre huecos para ser, una, entre los escalones de la escalera.

Ahora los gatos hacen ruido en el cuarto, tú sigues durmiendo, porque en tu corta vida has aprendido que dormir, es una tarea de dos, o de tres, porque tú apenas aún conoces tu cama, lo que significa dormir solo, que la mañana te sorprenda sin un cuerpo que te abrace.

Más días en tu vida de Avena menudo, en tu pequeña vida que se alarga por el tiempo de tus pasos. Creces en este ritmo inverso al de las palabras que escribes y que irán menguando según crezcas. Las palabras que reflejarán tu cara en el tiempo de los cuadernos que acabes, tal vez de tus diarios o de los amaneceres, cuando anotes tus sueños raros.

Y es que no sé por qué Avena, las letras se vuelven más pequeñas según el paso del tiempo nos alarga el cuerpo, las manos o el rostro.




martes, 20 de agosto de 2024

PD

Amada 1 y Ariadna abandonada en la playa

Querida amada,

Me abandonas en mi cuerpo.

Me has gritado en la playa como solo tú sabes hacerlo, en ese modo sublime en que me amas y te siento, tu voz aguda picando en mi pecho. El látido de la vida, del amor. 

Me has mirado con desprecio, y con miedo, me has mirado ya lejos, sin darte cuenta de que te habías ido, creyendo como siempre que tu cuerpo es presente, inmediato y continuo y lo venero porque es etéreo. Tu imagen impresente se empequeñece en tu partida. Yo me he quedado esta vez enterreda en la arena, los ojos se me llenan de tierra y de lágrimas, no hago ruido, temo que te vuelvas y te quedes, quiero gritarte también, vocearte y que te vuelvas por pena, sin compasión, por miedo a que me rasgue.

Te aterra mi amor despiadado, me lo has dicho susurrando, para que no te escuchase en la comisura de tus labios, cerrados. 

No me has besado, apenas te has despedido en el gesto rutinario. 

Ya no puedo mirarte, mis ojos están rotos y no pueden verte. 

Huyes, has comenzado a correr. No te veo. Sin embargo te veo, mis ojos de abandonada te vieron huir en el primer beso, llorado sin piedras, aquella vez, la primera.

- Te siento, ¿me sientes?, ¿me sientes?, ¿me sientes?, ¿me sientes?...

Tú no respondes, acostumbras a callar cuando quieres creer que podrás amarme, que me amas y que seré tu amada.


Se me han quedado los labios pegados y el sabor antiguo a metal de las desgracias, del sufrimiento anclado. Lloro piedras otra vez.

Estoy de rodillas, la arena me escuece y se me queda pegada en la piel. 

Me he quedado parada, quieta, invisible, desaparecida.

Me angustia que vuelvas y no podamos vernos. 

Me desmadejo, me diluyo, me desdibujo y soy vacío, esta nada que me calma y me aleja de ti mientras te dejo en el balcón, sé que tus ojos están fijos en mi espalda mientras subo tu calle hacia mi casa. No me vuelvo, si lo hiciera me quedaría parada y quieta, como ahora en la playa. Comprendo que ahora es la última vez, que no voy a regresar a tu casa. 

Me he quedado sola, ya sola, solente, solentada. 

Me has abandonado sin piedad.










Odiada 1 y la huida

Odiada,

Te saludo en la mañana de bocas secas y desprecios infundados. Me niegas como a un noser, consideras tus fracasos como parte de mi alma y la ensucias. Te restriegas en el borde de mis ojos como el cerdo, abominas mis manos que se estampan en los muros.

Quiero romper mis huesos y salirme, pero tú me llamas, me gritas desalmada, con la violencia interna que camuflas. Disimulas. 

Consideras que mi vida no merece admiración.

Desde tu piel oscura te regodeas en mi dolor. 

La desesperación.

He masticado tu miseria hasta tragarla, el confín de la caricia que por un instante querría retomar. 

La pasta de tu olvido se atraganta en mi interior. Apenas me ahogo cuando vas hacia la puerta, colocas tu mano en el quicio y me desprecias otra vez. Haces amago de cerrar dejando tus dedos quietos en el marco, las manos doradas que aún recuerdo amarte. Me crujen los huesos otra vez, me miro las manos y el dolor se vuelve insoportable. Me he roto, me he destrozado con el sonido seco de la lluvia. Deseo que caiga el agua, que la humedad me permita olvidarte, borrarte de mi vida en un segundo.

Te odio, siento intensamente que te odio, que deseo que salgas de mi vida, que desaparezcas y tú, antes de salir entras y buscas la caja de medicamentos, deglutes cada píldora sádicamente mientras me miras, y me envenenas, me devuelves en sonidos tu crujir de dientes machacando las pastillas.

Quiero salir y marcharme, siento la locura en mis gemidos en los lamentos sordos de este dolor físico que me desgarra. 

Y yo aún no quiero marcharme de ti, me arrodillo ante tus piernas y te suplico que me ames, que vomites tu amor de hiel en mi boca y yo pueda tragarlo.

Te odio, sé que un día cruzaré tu puerta, sin manos y sin brazos y que dejaré detrás todo este vacío que tú me has regalado y que volveré a ver la lluvia y que curaré también mis manos.

No me tocas. Me abandonas en el medio de mi entrega, con amor. 

Me abandonas en el medio de mi rabia y de mi odio, despreciando lo que no me rogaste, lo que te regalaba. Simplemente. 

Te odio y me marcho huyendo de ti, de la fatalidad de tu alma de la que me hablaron tus pastillas la primera vez que te follé, orgánicas, vegetales, química.

Vuelvo del hospital a mi casa, no me acompañas y me alivia, por primera vez. 

Te he visto. 

He decidido dejarte, no dudo, me marcho. De aquí.



Esposa y la espera eterna

Ayer te escribí una carta esposa. Te decía que todo sigue igual, que en casa te seguimos esperando, que nada ha cambiado y que por qué te fuiste. Me quedo paralizada, congelada en la pregunta. Sigo escribiendo.

It is the morning

La mañana sin ti.

Un día más de asma, la brisa de nuevo no alcanza el recorrido del aire, no puedo respirar esta mañana y salgo al porche. El aire hoy es pesado, no hace viento en el campo, aún no ha amanecido y ya es la mañana. 

Desde que te fuiste es difícil coincidir en el amanecer cuando me despierto y voy a la cocina, me preparo un té único y compruebo, otra vez, que es de noche. Y me pregunto cómo es posible que nosotras, siempre coincidieramos con el amanecer. 

La noche ha sido pesada, siento aún en la boca el sabor a metal, los ojos resecos. La taza me pesa en las manos, siento otra vez este peso de los días en la mañana. Me refugio en mi bata, sucia, con polvo de los últimos días. 

Esposa, te llamo.

- Esposa, abrígate, toma, mira. Tengo frío. - yo siempre tenía frío en la mañana. 

Te veo llegar, desabrigada y lenta, sin una taza de nada. Los perros han venido a saludarte. Los acaricias sin verme.

El viento sopla y yo, me diluyo.

Breathing is not what it was

Te pido agua.

Te pido aire.

Te pido ayuda.

Te grito y te nombro. No me oyes.

Me busco. Me he diluido en la sombra de tu palabra.

Miras hacia la montaña y me doy cuenta de que está saliendo el sol, de que estamos de pie, y te invito a sentarte.

Plomo, hierro oxidado.

Espero tu mano y recuerdo y te veo afanada en tu lentitud, en la repetición de andar la casa sin rumbo. Soñando con el día que se repetirá en recorridos por la casa.

Y yo no estaré.

The biggest lost 

La perdida.

Como no llegas he decido salir al campo y llamarte, de nuevo.

- Esposa, ven. Escucha, mira, ¿no? ¿sí?

Tú sigues caminando por la casa.

Yo me he ido, he salido y me he olvidado de dejar la puerta abierta. Los perros no se han escapado. Me doy cuenta de que llevo la bata puesta. 

Ha amanecido y se escucha el ruido del pueblo. Los coches arrancando, los pájaros en el cable.

Se te cae una taza y me extraño, a ti nunca se te rompe nada.

Te grito que si estás bien, que si necesitas algo, que si voy, que si me necesitas, me necesitas, necesitas que vaya, voy... y lo repito, y lo repito hasta que me duelen los dientes y con las manos, me aprieto la bata, y salgo de tu casa.

I did not go further

Cuando llego cerca del cementerio me doy cuenta de que estoy lejos de casa. El viento solo sopla en el plano ahí. Desde aquí veo la casa, rosa y descascarillada. 

Se me cruzan los recuerdos, se confunden en cruces eléctricos que me entristecen. Recuerdo los días pasados, caminábamos por la pequeña carretera llena de baches imaginando que esa era nuestra casa y nos preguntábamos, sonriendo, sí sería nuestra casa. 

Tengo ganas de caminar, más lejos. Se me ocurre que puedo pasear con nuestra perra. Vuelvo y entonces me acuerdo de que me he dejado la puerta cerrada.

Some kind of repetition from the memories

Aquí nada es lo mismo esposa. He intentado reorganizar mis cosas, pero no tengo espacio para todas. Siguen metidas en cajas. Me asfixia la pereza de este aire gris de arena. 

He quitado las cortinas para ver mejor el amanecer. 

Se me han caído las conchas que había metido en el bolsillo de mi bata. Me agacho a recogerlas una a una. Me pregunto qué veíamos al recogerlas. 

Siguen resecas, parece como si se dehicieran al tocarlas. Ahora todas me parecen iguales.

Voy a la coqueta de madera de roble y las coloco en fila, por tamaños, mecánicamente. Y me siento alienada en esta ausencia, que se repite sin conciencia de los días sin ti. No recuerdo que te hayas ido, que amanezca en tu casa, que no esté en la puerta.

I am not asking for sorry

Lo siento, lo siento tanto, estoy arrepentida, si pudiera volver atrás. Y te lo grito desde la puerta, sola, pero esta vez tú no has salido. Y me desespero y te vuelvo a llamar a gritos, hasta que se me rasga la voz. 

La mañana toma este color cetrino de los días de abandonos, el calor húmedo que reconozco, la sensación de irrealidad que lo rodea. 

Me quiero marchar, quiero salir de la puerta y abandonarte y marcharme digna, sin mirarte y me quedo otra vez aquí, paralizada en mi llanto interminable. 

No me duele el relato de mi vida, es el cuerpo el que se me rompe en el umbral de tu puerta, el dolor en el pecho que no me deja respirar. 

Me huele a olivos y me escuece el polvo de sus ramas y de sus hojas por dentro, sé que pronto vendrán sus flores blancas y yo no las veré transformase en olivas, sé que no te acompañaré esta vez en el agosto.

Intento consolarme y dejar tu casa sin mí. Tú estás dentro.

Licking the wounds

He cerrado los ojos, siento la arena y el polvo de los olivos y las piedras por dentro. Siento miedo. Camino despacio arrastrando los pies. Me siento pesada. 

Cuando estoy lejos de tu casa me detengo. Apenas puedo respirar. Me caigo en la tierra, seca, y el polvo se levanta. 

Me restriego los ojos con las manos sucias y me sacudo la falda, está llena de arena y barro. Me doy cuenta de que he salido descalza y en las plantas de los pies tengo esquirlas clavadas. Me arrebujo en mis propios brazos como si no estuviera sola. Quiero dormir y me vence el sueño, el sopor que me alivia y me sosiega. Me recojo y me quedo dormida así, en medio de los sembrados de almendras donde la tierra está rota y se me clava en los muslos. No me doy cuenta de si ya las ramas tienen flores.

The Alice in nowhere wonderland or Alice never was a princess

Princesas famélicas que se autolesionan.

Matarse de hambre en la cama.

Resecarse sin agua.

Tener frío.

Miedo.

Despertarse al dormirse sin ningún lugar a donde ir.

¿Dónde está el agujero?

I abandoned myself

Me voy a quedar en estos campos labrados para escuchar el sonido del tren. 

Cerca hay agua estancada. 

Escucho el viento seco que trae el campo.

Pienso que no quiero vivir y me pesa el segundo que transcurre desde que tomo aire hasta que lo suelto.

Callada, 

Dethrone

destronada de tus brazos y de tus lugares. Del cobijo de tus hombros anchos. De tus manos de seda que ya no me acariciaban, pero me recuerdan a ti. De tus pies desmadejados y tus huesos pesados e infinitos. De tus caderas estrechas que se suman, de tu cintura. Tu pecho de llanura donde descansar apenas era posible. Tu cuello en mis ojos, el cuello que he mirado discreta tantas veces. Tu risa. Tu cabello travieso que se ajustaba en mis dedos. Tu rostro, tu risa, la risa que caía de tu taza  cuando torpe, yo te llamaba y tú te sobresaltabas y al girarte, se te vertía el té en el suelo de terrazo de la casa.

Destronada.

The wall

Desde aquí puedo aún ver la casa, apenas distingo una figura.

Están construyendo un muro alrededor de la casa, con bloques de hormigón.Veo como suben superpuestos unos sobre otros. Como un telón hacia arriba. Como un puzle que empezábamos por el borde, para terminar en el centro.


...me abandonas.





jueves, 15 de agosto de 2024

Aquí mamá aquí Thiago

Avena, hoy te he visto navegando en tu barco. Estabas solo por primera vez. En los últimos días de tu vida te has vuelto más independiente.

Nosotros te hemos visto alejarte desde la orilla y nos ha inquietado un poco que decidieras viajar solo. Te hemos preguntado y nos has dicho que salías a pescar. 

Tu madre ha guardado su miedo en la boca, apretada y concisa. Nadie quiere evitar que crezcas, aunque a tu alrederor todos miramos hacia otro lado, hacia las espigas, hacia el cielo que avanza, hacia el mar, para que no te pierdas, para que sepas que estamos en la orilla.

Ulises, Avena, y nadie te llama.

Serás un Ulises en tu barba complida, cerrada tal vez. 

Serás un Ulises en tus manos bravas, anchas y fuertes. Tus manos que ya apuntan hacia tu vida.

Tus ojos mirando al mar. Nos has olvidado eternamente ya en el sonido del mar, en la luz rosada de tu barco, en el sabor a sal. 

Yo casi te llamo Avena, casi me lanzo a las olas de la orilla para cogerte. Yo no quiero que te marches Avena, no quiero que juegues con tu barco de papel soñando a la vida. Pero tu madre me siente y me aprieta el brazo muy fuerte, siento su angustia y su bravura. El valor antiguo de soltar la mano del hijo que se marcha. El presagio de la vida. El anticipo de ti que no conocemos.

Y te adentras en el mar, la luz de la tarde te vuelve naranja y dorado. Te brilla tu cabello negro y rígido, el que te anuncia en tu rosa de los vientos y te camina. Tu mirada se posa por un instante en el horizonte, como en un segundo creces y tu barco se aleja un poco más. 

Se me escapa.

- ¡Ulises!- te llamo.

Y se me ahoga la voz en la garganta, ¡Avena! Y se me revuelve tu nombre por dentro y siento rabia y también pesar porque sé que estás creciendo y que no entiendo que se marche la inocencia con la infancia, los sueños de mentira. Como me fui yo Avena. Yo también me fui entre unos versos reales que no empujaban mi barco y yo no quería zarpar Avena, a mí me empujaron y por eso yo Avena amado, solo por eso.

Me doy cuenta de que me he quedado sola en playa, de que ya no te veo aunque te estaba mirando. Siento que mis articulaciones están dormidas y me doy cuenta de que ya es de noche. 

No sé donde están los demás, no me siento sola aunque te hayas ido. Me quedo en la arena y miro al cielo, está oscuro hoy, tú sentirías miedo y me llamarías gritando, tú me cogerías de la mano y me preguntarías si hay piratas y yo te diría que no, pero que los piratas existieron, pero que en este país ya no existen, porque sé que después me ibas a preguntar que qué país es este y yo te lo digo en pequeño, para que tú lo entiendas, te digo que estamos en el país de Galicia y te veo azul mar, ya es la tarde y respiro. Has vuelto. En tu rostro está tu sueño, tu delirio, los pómulos rosados del viento y del salitre. Sé que has navegado, que has regresado, que todo fue así y que te fuiste y yo, aprieto los puños, aprieto los dientes y los rechino y deseo cerrar los ojos así y dormir en blanco y volver a soñar que me coges de la mano y mirar al océano y me preguntas que qué hay al otro lado y yo puedo hacer que no me olvidaste en el sonido del mar ni en el sabor a sal.

Nos llaman desde la baranda, nos habíamos olvidado de nosotros, yo sigo teniendo un nudo en mi garganta y tú mirando al mar. Te agarro de la muñeca y doy un tirón, siento de nuevo la rabia y tu te quejas.

- ¡Avena! ¡Vamos!

Caminamos de la mano, por la playa, nuestros pies se hunden más y más en la arena.

Nos giramos de espaldas al mar y volvemos a casa.

martes, 23 de julio de 2024

Un alto en el camino o you don´t take a rest


Botenski, the montain and the clift, where is the clift, it is not a clift, it is not a sea. 
I hardly can´t see you...you...tú, once again you are not. 
You foggy thing that it is not. 
You hardly saw me, trying this time to look at myself, looking for my nails, can I see me? I am asking, I am asking, I am asking... replies and silences. 
 I wished I was in your arms, dreaming you, making you, loving you time after time, losing myself and don´t finding it again, another again. 
Denying everything and you. No love, no more, not touch your soul, anymore. 

Tú, fuiste, un alto en camino, tan solo, eso, un alto, en mi camino. Como desearía volver a sentirte, soñar de nuevo con el amor y amarte, jugar a que te he encontrado y reconvertirte. Sentir temblar mi epidermis cuando te acercabas, aunque no te conozco ni tampoco te reconozco. 

 I can´t feel you, are you frozeen, are you here, were you ever here.
You walked my skin one more time, one last time, you scratched my skin running above my hands and fingers, I broke my pauses holding you, grabbing you...were you there? Had I got you? Don´t know. You gamble again with my caress, I gave you, I think, I forgot, I don´t have, I don´t want.

I am not hungry, I am just thirsty. 
    ...am I cold?       
      ...am I afraid? 
          ...tienes sueño? 

Te recuerdo entre las tiras grisaceas de mi cama, cuando no teníamos conciencia de la suciedad radiante, cuando te dejaba hincar tu uña en mi vagina, sin quejarme apenas...la mancha en la sábana, la gota que se desbordaba para amar...roja, blanca, roja, seca, nada, tú, tu nada. Vacía, sin alma. Llegaste empujando y me arroyaste sin agua, me secaste el interior de mi cuerpo y no hubo ya más agua. 
Vete, te grito, no hay ya presente, te grité, te grité?...! 
Seca, sin ríos, seca, seca, seca, reseca. 

How dare you stroke my breasts,  twist my nipple, you touched them and licked them, you spit in my vagina, you poured your dense saliva, into my lips. 
Here is inside, it wasn’t ´a throat, and there is nothing could be swalowed. Cavities open without motivation, wet, dropping, I moaned, of plaiser, of couldness, I don´t feel you, you are not, youarenot.

Te llamo, te rasgo, te suplico, me despedazo y me abro para ti, la calle y sus multitudes, la suciedad y la pobreza, mi pobreza, tu tristeza, me abro, y te reclamo, y te nombro en mis fluidos que se atascan y se amontonan, mis fluidos que ya no mojan tus sueños ni los riegas, porque ya no soy aquello, que no pude llegar a conocer. 
Niégame, niégame en la noche que se atasca de reflujo, niégame y no me me nombres, para que así yo también pueda aniquilar el resto.

Sólida, solidificada, sólida (punto y final)



   Imagen de María Gil

martes, 30 de enero de 2024

MAL

 

La mar hoy estaba calma, el viento cálido y nubes al final. Aún no había amanecido y a pesar de la sensación en su piel agrietada por el salitre, tenía frío.

 

- Extraño. -pensó. Nunca tenía frío...

 

Era una mañana extraña, silenciosa y vacía. Miró el reloj por si se había quedado dormido, no, eran las 5 de la mañana, había tomado café de pota que la mujer dejó la noche anterior y acababa de encender la colilla del cigarrillo que se le quedó pegada en los labios mientras se quedaba dormido.

La casa estaba húmeda de eucaliptos y tierra pisada y sentía la turbina del océano penetrándole en los pulmones. Tosió.

 

- Fermín...Fermín...hombre no fumes a estas horas que te vas a matar. -suspiró.

 

Se escuchó el rechinar de las sábanas en la noche y volvió a cerrar los ojos.

 

Cada mañana de los últimos 43 años había sido igual. La noche de bodas salió también a pescar. Sonrió, cómo se olvidan los recuerdos.

 

La dejó en la cama removiéndose entre las sábanas recordando la noche de bodas.

 

Cogió el almuerzo, se vistió su impermeable ya rígido y raído de los años y salió, pero hoy miró hacia atrás antes de cerrar la puerta, se detuvo un instante y miró su casa antes de salir. Le recorrió un escalofrío y por un segundo creyó que sentía miedo, dudó y finalmente salió como cada madrugada.

 

¿Qué me pasa hoy? ¿Qué bicho me ha picado? Se lamentó cansado y recio y pensó, que estaba  viejo. Recordó los días de juventud, cuando subía la cuesta de su casa desde el puerto con la ristra de calamares y gritando:

 

- Maruxa, Maruxina, mira lo que he cogido esta noche, mira mujer, es que no me oyes.

 

Así era cada tarde, cuando retornaba del mar y nunca fallaba la pesca, así era, subía gritando su nombre como si ese día, solo ese día, trajera la cena agonizando.

Maruxa sonreía por dentro y no respondía, pretendía que siempre igual y que no entendía sus bromas. Era el juego de los tiempos, los días de la miseria y la comida siempre presta, los días de las caldeiradas infinitas y de mojar pan hasta el bostezo. Eran felices, en el aroma a pimentón dulce y la humedad de la cal, el pan siempre reciente y la cama humeda de salitre.

Fermín se arrimaba rechinando las sábanas cada noche, como una noche de bodas sin ir a pescar y así caliente, la calentaba a ella, que prentendía que siempre igual y que no entendía por qué la gente daba tanta importancia a estas cosas.

 

Cerró la puerta y caminó la cuesta abajo desde su casa mirando al suelo, la luz temblorosa de las farolas se mezclaba con la llovizna suave que lo iba calando entero.

Cuando llegó al puerto ya todos estaban preparados, rebañó la copa de aguardiante y saltó al barco. Hoy no había tenido tiempo para desayunar.

Qué extraño, todo era nuevo aquella madrugada.

 

Y la vio de nuevo, se restregó los ojos con los puños ya sucios de gasoleo y pestañeó varias veces, pero no pudo volver a cerrarlos.

Marina...se le escapó su nombre entre las comisuras y cerró los labios. Los ojos ahora se le humedecieron y se dio la vuelta. Callado desamarró el barco, encendió el motor y salió del puerto sin despedirse y sin mirarla, sabía que seguiría apoyada en el espigón de piedra, mirando fijamente la luz roja del farín del puerto y pensando que estaba en alta mar.

 

La noche asustaba, el viento no cesaba y el oleaje complicaba a cada momento la pesca, por un segundo pensó en volver, pero cambió de idea enseguida. No llevaba nada. Cada día de su vida con Maruxa había subido la cuesta con algo del mar, no podía entonces llegar a la casa con el cubo vacío.

También tuvo miedo, dudó de sí mismo y no pudo recordar las leyes de la pesca, del mar, del peligro, de la vida, o tal vez decidió olvidarlas. No quería tampoco recordar, ver en la espuma de las olas su rostro, sus pequeñas manos o el reflejo de su piel pálida. Pretendió olvidar su juventud, cuando le recitaba sus poemas y nunca había salido a pescar y ella, que siempre jugaba a saltar desde las rocas y a gritar mar mientras saltaba.

 

Mar...y odió la palabra, la odio tanto que le dolió el pecho, olvidó que no había desayunado y olvidó lo que recordaba tan rápido como pudo.

 

- Fermín...Fermín...mírame.

 

Apretó los ojos.

 

- Fermín...Fermín...mírame.

 

Él sabía que esta vez no lo dejaría en paz, que lo llamaría hasta agotarlo y que él abriera los ojos, que la mirase, que se detuviera en sus pechos jóvenes y erectos, que se arrepintiera de haberla mirado, que temiera por su vida, que deseara tocarla deprisa y lento, que olvidase su deseo constante de olvidar, de olvidarla, de olvidarse. Ese estupido instinto de sobrevivir sin sentir apenas, transitando el hueco que queda entre un minuto y el siguiente, sin soñar.

Se había convencido a sí mismo de que era feliz, de que lo tenía todo, de que la vida era así y madrugaba para salir a pescar y volver a casa con algo en el cubo y sentirse agotado y dormir, como en su noche de bodas que también salió a pescar.

 

Y siguió así, mirando a sus recuerdos y olvidándose del mar. Las olas crecían y él ya no podía mirarlas. Comenzó a llorar, a llorar tanto que ya no recordó su casa, ni tampoco a Maruxa, ni siquiera el cubo de plástico vacío. Sintió un dolor tan grande que pensó que se le partía el pecho, se extrañó de sí mismo y también del barco. El mar no lo perdonaría hoy, lo sabía. No le importaba morir solo o que no pudieran enterrar sus restos, qué me importa hoy, si este cuerpo acogotado no me importó nunca.

 

- Fermín, por favor, mírame.

 

Y la vio de nuevo, estaba apoyada en el espigón, ya no miraba la luz roja del farín pretendiendo rareza, lo miraba a él. Fermín, mírame, ¿me estás viendo?.

 

Y se entregó a ella, que lo había mirado cada día, que lo había esperado en el lugar muerto donde nadie acude, que la había abandonado y partido, que la había negado, y que ella, había seguido esperando, mientras fingía esa rareza que la asemejaba a un fantasma. Y él, deseó arrepentirse de no haber sido valiente para amarla y se arrepintió de su vida porque no la había vivido.

 

Una ola descomunal embistió su barco y lo partió por la mitad. Fermín tuvo un instante para volver la vista y comprobó que no estaba lejos del puerto, podía ver la temblorosa luz roja del farín. No hizo nada, deseó ser valiente para dejarse hundir, para no intentar salvar su vida. El barco naufragaba. Fermín cerró los ojos y respiró muy hondo, aún le dolía el pecho.

 

En el puerto estaban todos, los últimos pescadores ya habían llegado, la tempestad los había despertado. Maruxa no había bajado, estaba en la ventana de la casa mirando al mar.

Continuó lloviendo durante toda la noche mientras esperaban a Fermín, pero no regresó.

En el espigón del puerto una mujer sentada.

Su gesto sonriente.

De no ser porque todo el pueblo la conocía, hubieran pensado que era de algún lugar, que estaba mirando el mar, que no era la mujer de ningún pescador que la hubiera olvidado o que estaba viuda.

Miraba al mar, con su pelo enredado de no peinarlo, con sus manos pulidas de nunca haber trabajado, de uñas despintadas.

Todos los hombres del pueblo la miraban con desprecio, con esas ganas de cuerpo que les dejan en la boca sabor a colilla olvidada, todos conocían su cuerpo desnudo y frío, cada uno de ellos lo había tocado con sus abrazos sin cuerpo, sin calor de abrazos, porque ellos solo querían recordar que lo hicieron, que también una noche fue de bodas, pero ella no era una novia y volvía el desprecio y la colilla olvidada en sus labios mientras la besaban, mientras recorrían su cuerpo vaciado y ellos no la tocaban ni la besaban, porque no la amaban, porque la despreciaban, porque cada noche se turnaban en su puerta con la cabeza vacía, borrachos y sucios de mar, de salitre y olor a hierros oxidados.

Se levantó, se cubrió los hombros con la toquilla raída, hacía frío aquella mañana.

 

Te amo Mar, te deseo y te nombro, te abandono, te olvido, te niego, te dejo, me voy.

Aún ella lo miró al marcharse, se asomó una vez nueva desde la ventana, amanecía y subía este olor a sudor reciente que desprenden las flores en la primera hora de la mañana. Se volvió a la cama.  Creyó realmente que podría seguir amándolo, que era una parte de su vida, que lo tenía prendido de sus pechos menudos, pensó que estaba enamorada, le escoció el alma y las tripas que se le habían pegado, quiso morir, quiso morir varias veces y se lo repitió mordiéndose el borde de los labios, la piel fina, rosada, hasta sangrar, y un borrón de color rojizo se le resecó en sus comisuras.

 

Llegó a su casa, empujó la puerta sin cerradura, olía a suciedad transitada, a vacío y se reconoció allí, donde estaba su nada, el vacío enamorado que le dejó el amor. Se sentó en el sillón, a esperar a que se abriera la puerta sin aviso, a esperar, a seguir esperando. No necesitaba que los sucios nudillos de los hombres del pueblo golpearan su puerta, no pensaba levantarse para abrirla.

Escuchó unos pasos rudos y torpes al final de la calle, la tos seca de tabaco y humedad que se calaba hasta los huesos, el hombre escupió y pudo escuchar el carraspeo aún mojado en la garganta. Se quitó la toquilla raída y fue hacía la cama.


                                                             
                                                                   EPÍLOGO

La noche había sido demasiado larga. Parece que los hombres se habían puesto de acuerdo para visitarla. 

En algún momento, mientras otro se restregaba en sus pechos adelgazados, los escuchaba conversar en su puerta. Hacían bromas de hombres, de pescadores, de nadas. Bromas sin rostros, sin sentimientos, comentarios hoscos de hombres de mar ajados. Esperaban su turno en la puerta y se calentaban unos a otros mientras alguno sacaba la petaca y se liaba otro cigarrillo. 

Miró al océano antes de cerrar la puerta al último de aquellos hombres, la turbina imparable, la oscuridad.

Sintió frío, se intuía un pequeño haz de claridad en el horizonte, parecía que no tardaría mucho en amanecer. 

Ella solo llevaba la toquilla raída sobre los hombros y estaba temblando. Se sentía agotada. Cerró la puerta con descuido y fue hacia la estufa de gas. Se acercó mucho, necesitaba calentarse. Le picaban las piernas del calor. Se quedó así un rato, quieta, con la cabeza vacía. 

Fue hacia la mesa que había en medio de la sala para dejar el último billete sobre el plato repleto de dinero. Se sorprendió al ver la caja oxidada decorada con motivos chinos. ¿Qué hacía ahí? En la mesa, a la vista de todos. 

Cogió el camisón que se escurría en el respaldo de la silla de madera, se lo puso y se apretó la toquilla. Abrió la caja. Aún quedaba un pedazo de resina.

Hacía unas semanas había llegado al puerto un carguero desde Yemen. Permació anclado varios días debido a una avería. Fue en aquellos días cuando uno de sus marineros se acercó a la aldea, llamó a su puerta y ella le dejó pasar.

Era diferente a los hombres que habían pasado por su cuerpo. Aquel hombre era moreno, de piel oscura y rasgos árabes. Estaba limpio. Nunca dijo una palabra. Problamente porque no conocía la lengua. 

Se sentó en la cama sin quitarse el abrigo marinero brillante de grasa y aceite y sacó una petaca del bolsillo, la abrió y tomó en sus dedos un pequeño trozo de color amarillo, colocó el trozo dentro de la pipa metálica que colgaba en sus labios y la encendió. El humo blanco se expandió por la habitación. Tenía un olor agradable. Ella lo miraba fijamente a los ojos. El marinero le ofreció la pipa de color de acero después de darle tres caladas. Marina la cogió y fumó también.

Pensaba en esto mientras alargaba la mano hacia la caja, la abría y sacaba la resina.

Recordó sin prisa una de las tardes que vino a visitarla. Al entrar pronunció unas palabras que ella no pudo entender, parecía enfadado, inquieto. Enseguida entendió que se había olvidado la pipa. Entonces sacó un cuchillo grande que llevaba dentro de una funda de cuero enganchada en la pierna con unas hebillas, acerco el cuchillo a la llama de la estufa y lo dejó hasta que estuvo al rojo vivo. Entonces colocó el pedazo de resina encima y aspiró el humo blanco que desprendía al quemarse.

Marina giró la cabeza con pereza, abrió el cajón de la cocina y sacó el cuchillo. Se acercó hacia la estufa y lo colocó en la llama. El pedazo de resina en la otra mano.

A la tarde subió un pescador a visitarla, como no abría la puerta empujó y la puerta se abrió. Se asomó a la casa y la vio tirada en el suelo, junto a la estufa. Estaba muerta. 

- Al parecer se le apagó la estufa mientras dormía y el gas siguió saliendo de la bombona. Una pena chico, una pena. 

A la mañana siguiente la sacarón dos trabajadores de la funeraria en un ataud de pino para enterrarla en el cementerio civil del concello.

No se acercó nadie del pueblo.

Nadie la había velado aquella noche en su casa.

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