martes, 26 de febrero de 2013

Mi chaqueta de Londres


Hoy el monstruo me ha visitado de nuevo, me lo encontré en Madrid, de noche, en mitad de la calle. Hacía frío esta noche y aprovechó esa hora en la que todos duermen entre el final y el inicio. Me crucé de acera, tuve suerte, porque era de madrugada y no pasaba ningún coche, sin embargo, me vio, es imposible darle esquinazo. Soy demasiado visible para él. Volví a cruzar, fui a su encuentro, ¿qué podía hacer? me esperaba como siempre al otro lado de la acera y yo fui a su encuentro. Como me había jurado que no volvería a hablar, no le saludé. Creo que no le gustó, pero siempre sabe disimular un pequeño enfado y gana. Empezó él a hablar esta vez, intenté taparme los oídos muy fuerte, imaginariamente. A él no le gusta que yo me mueva de un modo extraño, por eso lo hice imaginariamente. 
Entonces me lo dijo, me dijo que Londres no existe, que esa ciudad nunca ha existido, que aunque todos digan que está en la isla gigante, es todo una mentira, que Londres es una invención del mundo, que todos creen que es, pero que en realidad es solo un dibujo inventado de los cartógrafos. Me dijo que yo no había estado este verano en Londres, que no, que no había ido nunca a Londres, ni siquiera aquella primera vez, cuando fui como turista.
Nunca he estado en Londres, nunca he estado en Londres, nunca he estado en Londres...  Entonces miré hacia abajo y vi la mancha, como en el libro de Javier Marías, vi la gota que se iba dibujando entre mis piernas y cerré los ojos, imaginariamente, y me dije que iba a dormir y me dormí de pie, en la calle, con todo ese frío. Pensé que esto no estaba pasando y apreté los dientes y se me movían las muelas en la boca como queriendo llorar muy fuerte. Y pensé en big thing y soñé que me enseñaba su mano y que me indicaba el camino de vuelta y escuché la canción de Orfeo y Eurídice y volví a pensar en ella, y apreté los ojos muy fuerte, para ver si sentía otra vez los darditos. Y olía a mar. Y soñé que estaba en la playa y que el mar rugía enfurecido (él siempre está furioso), pero a mí me gusta. Leía. Mi pelo estaba húmedo y yo imaginaba que se me iría rizando cada vez más, que llegaría a casa con la melena llena de tirabuzones y que mi madre se reiría a carcajadas en la cocina (casi no recuerdo cuando tenía el pelo largo, ¿cuándo me lo corté? creo que fue en el mismo tiempo en que empecé a adelgazar). Y soñé con María, soñaba con los niños que pintaban la playa en las rocas. Y la playa se empezó a llenar de agua y busqué a los niños que estaban a salvo y me caían espigas de centeno sobre los ojos y no podía ver bien, pero el centeno traía el olor del pan recién cocido en la arena. Y volví a mirar a los niños mientras el agua me cubría las piernas y se llevaba la toalla, y los niños seguían pintando y soñaban con lavar sus manos de acuarelas en la orilla. Y ella venía, trotando por la pista, soñándome en los años venideros, buscando la acequia donde pararía cada mañana a beber, y me miraba vigilante, desde las rocas, como una gaviota herida, como una mariposa. Y soñé con su piel oscura y con sus manos de gigante y con las acuarelas mojadas y con la sal, con la sal, y me lavé las heridas mientras el sol se hacía de noche y me quedé detenida, mientras los demás se movían. Detenida.

Esta noche hace frío y miedo.

(Ruge el mar, está tan lejos que ya no me habla, donde dejé mi pelo, María, María, María...nadie soñaba esa noche. El sueño estaba amortajado y sin olas.)

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