jueves, 14 de enero de 2021

Tu Ausencia

Fueron casi cuatros meses de felicidad, de plenitud, de sueño y fantasía.

Ya en el hospital conocí el placer inmenso de sostener tu vida en mis brazos, tu cuerpo frágil y leve, Avena. Tu látido era como el movimiento aleatorio de un plumón blanco y yo lo sostenía en mis brazos como quien cuida una pluma o un molino de viento, pero en los brazos y en invierno.

Naciste en el frío, la niebla y la lluvía y por eso, como te decía Avena, la vida se percibía acuarela en esos días.

Aprendí a cantar con tu ritmo de dos por cuatro, en donde tú eras el dos por dos y yo era el dos por cuatro. Tu inspiración, mi nana y tu expiración para que yo tomase aire de nuevo. 

Respirar.

Y eso me enseñaste en los primeros días, Avena, que vivir no es más que una respiración y le gusta vivir. 

Así llegaste a nosotros Avena, con un único afán, vivir, tu afán y los demás, te mirábamos.

Y pasaron muchos días y tardes y llegó la Navidad de 2019 y decoramos la casa y tú seguías en mis brazos respirando. Mi madre me preguntaba que qué iba a hacer yo cuando tuviese que volver a trabajar y no pudiese tenerte en mis brazos, porque yo guardé todas mis vacaciones de ese año, Avena, para ti, para poder estar cerca de ti y de mi hija. 

Entonces terminó el año, el que acaba en 9, el que cierra una década, el año que nos sintoniza, Avena. El año que nos separa a ti y a mí en la distancia de 50 años. Y llegó el siguiente, el que acabó en 0, el que cambió nuestras vidas, que no la tuya, pequeño Avena, porque la tuya acababa de empezar y era aún, tan solo plumón. Sin embargo niño, tú perteneces a una década anterior.

2020 entró turbio. Nosotros no terminábamos de asimilar las noticias que llegaban a través de la televisión, por entonces, escuchábamos menos la radio que ahora. Hablaban de una nueva enfermedad que se propagaba muy rápidamente. Yo, como todos los demás, escuchábamos sin comprender lo que realmente estaba pasando. Porque hasta ti Avena, la vida era sencilla, respirar, vivir. Nunca habíamos perdido nada, Avena. Nuestra única preocupación era preocuparnos y a veces, se nos olvidaba vivir. 

Recuerdo que el último día de nuestra vida anterior, fue el día de mi cumpleaños, el 7 de marzo. Aquella mañana desayunamos en la cafetería del mercado con mamá y papá y la abuela Nicky. La cafetería estaba llena de gente, todos hablaban alto y tomaban sus desayunos con los abrigos puestos, los cristales estaban empañados, porque afuera aún, en marzo, hace bastante frío. 

Respirar: inhalar - exhalar. Exhalar y expulsar. Compartir, alientar

Aquel fin de semana todo empezó a cambiar y empezamos a sentir que algo muy grande estaba ocurriendo en el mundo. Esa enfermedad comenzaba poco a poco a adueñarse de nuestras vidas y se acercaba desde países lejanos para vivir en nuestro mundo y ocupar nuestros lugares, los lugares amados, los de siempre, los que creíamos que nos habían pertenecido y que aún nos pertenecían. 

La abuela y yo volvimos a Madrid el domingo 8 de marzo, aún traíamos pegada la pereza de un fin de semana de celebración. Yo había cumplido 51 años y aunque la abuela dice que es una fecha estúpida, a mí, como siempre, me hacía mucha ilusión celebrarlo. Pero de pronto esa semana todo cambió, la pereza, lo cotidiano, el ritmo de la vida, la respiración. De pronto el miedo comenzaba a germinarse, brotaba en las baldosas de las aceras, en el botón de enceder la televisión, en las conversaciones de la cafetería, en los números de enfermos, en las muertes, en las nuevas palabras que aún no significaban nada para nosotros, curva, contagio, virus, epidemia. Hasta que el 11 de marzo escuchamos la palabra final, pandemia. 

Creo que ya por entonces habíamos aprendido a entender lo que decía el telediario y todos empezábamos ya a sentir el miedo. Un miedo irracional y sin ningún punto de referencia, un miedo que se convirtió después en pavor y que nos devolvió otra vez a una vida diferente a la que poco a poco nos esforzábamos por entender.

No recuerdo si quiera cómo transcurrió aquella última semana, pero el viernes, la abuela y yo salimos en coche desde Madrid antes de que la policía cortase las salidas de la ciudad. Llegamos al pueblo de noche, la gente apuraba antes de la doce, pues en ese momento todos los establecimientos se cerrarían hasta nueva orden. Se acercaba el confinamiento.

Nosotras, como siempre habíamos hecho, apurábamos cada minuto prohibido que la vida se dejaba en el camino. Fue un hermoso y último fin de semana de despedida. El domingo dejé a la abuela en el aeropuerto y no pudimos volver a vernos hasta que transcurrieron seis meses. Tú, Avena, ya no volviste a verla.

Volví a Madrid sola, conduciendo por una autopista solitaria, donde me crucé apenas con algún camión y coches de la guardia civil. Los bares de carretera estaban cerrados. La desolación había llegado. El lunes comenzaba el confinamiento y ya solo podríamos salir de nuestras casas para ir a trabajar o la compra o para aquello que fuese inaplazable, como ir al médico y esas cosas. Desde ese día no volví a verte Avena, no volví a sostener tu respiración entre mis brazos durante tres largos y desolados meses, como tampoco he vuelto a sostener entre mis brazos ese plumón que aún eras. 


Era primavera, la primavera de los versos retorcidos, la promesa de las flores de las jardineras de mi balcón y de la luz que cambiaba en mi ventana. 

Durante tres meses no pude veros, ni tocaros, ni sentiros, ni oleros. Y por eso me olvidaste Avena y a mí se me rompió el corazón de primavera, pero como todo en primavera, es una mentira, la mentira más bella y como todo en primavera, pasó. Pero los días y las tardes, cuando seguías en mis brazos, respirando, aquellos días los olvidaste Avena. Y cuando pudimos encontrarnos de nuevo Avena pequeño, tuvimos que empezar otra vez, pero esta vez era desde cero, porque tú ya no llegabas a mis brazos, sino que venías desde los de tu madre Avena y como habías olvidado ya los míos, querido nieto, tenías miedo en mis brazos. 

Yo entonces no tenía muchas fuerzas, no era capaz de entender lo que ahora sé y es que vivir es tan solo un afán, el afán de vivir, como tú cuando naciste. Y este afán es pasar un día tras otro empeñado en la tarea. 

Y así eres tú Avena, pequeño grano de avena diligente.

Y sin darnos cuenta llegó el verano y estábamos en las calles otra vez, pero algo parecía haber cambiado. Para entonces yo ya te llevaba en mis brazos.

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