Hace tanto tiempo y no sé si en este móvil lo he usado.
Me pides que te
escriba y te cuente, que recuerde desde el paso del tiempo, de los años. Estoy
cansada de escribir, me duelen las manos y me falta la memoria. Ahora pinto,
escucho los pájaros y respiro desde mi ventana. Hago fotos cada día, pasa así
el otoño, la primavera, por mi ventana y mi casa, el segundo cuerpo.
Voy a prepararme un café, me ha desvelado tu mensaje urgente y tu dolor, querría estar más cerca, pero las distancias son así, como el tiempo que pasa y cuando nos encontramos, se ha marchado, y nos volvemos a perder en los días que se hacen meses…el tiempo, ¿te preocupa?
Pasará también
para el dolor que a veces se hace sufrimiento y querrás que no pase; atascada
en tu pena, durmiendo para calmarte.
Así me ocurrió a
mí.
El desamor…
Es algo que no he
vivido una sola vez.
Era tarde, pero cogió el móvil y comenzó a grabarle un audio sobre su historia de desamor para enviárselo después.
el gusto
Era de noche, aquel día subía la Gran Vía, ese fue el momento más amargo, el trayecto de vuelta, volver a la casa vaciada, a los huecos. Lo había dejado en su casa, Agustín se había mudado a la Plaza de España.
Sintió en la boca
un sabor amargo, como a hierro, se le pegaba la lengua por dentro y le costaba
respirar. Era ya muy tarde, todos los bares estaban cerrados, no era posible parar el coche o buscar algún comercio donde comprar agua. Continuó conduciendo porque qué otra cosa podía hacer. Llorar,
lloraba amargamente, silenciosa, rígida. Llovía, se le acumulaba la saliva
reseca en las comisuras de los labios, recordando el momento en que miró por la
ventanilla del coche y lo vio irse y pensó, ya se ha ido, se va.
Seguía lloviendo
cuando llegó a casa, mojada y pegajosa, tenía la cara sucia de la lluvia y las
lágrimas habían dejado un recorrido negro por su rostro, se le había corrido el
maquillaje de los ojos, una línea negra que siempre se pintaba. Se fue al baño,
se desnudó, no se miró al espejo, abrió el grifo de la ducha y se metió dentro.
Reclinó su cabeza, abrió la boca, no le importó si tragaba el agua caliente,
se quito la saliva pegada en el borde de los labios y continuó llorando. El agua le limpiaba las
lágrimas y la suciedad de la lluvia y del lápiz de ojos.
Empezó a llorar debajo de la ducha porque según Montserrat, su psicóloga no deja huella, me lo soltó un día en la puerta de la consulta, cuando nos estábamos ya despidiendo y me dejó confundida, como si hubiese sido una amiga que me lo dijera, no quise darle más vueltas.
Y así era, se levantaba por la mañana para trabajar y se duchaba, salía con amigos, con su familia y se duchaba. Se duchaba siempre antes de salir de casa. A veces también al volver a casa o antes de comer. Algunos días se duchaba varias veces sin darse cuenta. Dejó de pintarse la raya de los ojos y dejó también que pasaran los días.
la vista
Se conocieron en 1977. Él era de El Escorial, de una familia bien. Ella venía de Granada, de Graná, como decían en su tierra. De Madrid le gustaba todo, solo le irritaba el laísmo, no podía comprender cómo no era evidente en esta ciudad el mal uso de este pronombre. Agustín también era laísta, aunque ella terminó por corregirlo, probablemente ahora ya no sea consciente, ya no se corrija.
Los dos militaban en el Partido Comunista. Eran los días de la Transición y aunque aún había miedo, había esperanza. A ella la detuvieron en una concentración de protesta por el asesinato de los abogados de Atocha. Estaban en Antón Martín, ella llevaba apenas un mes en Madrid. La habían ofrecido un puesto de trabajo en un periódico. Pensó que era una oportunidad para cambiar de aires y se marchó de su tierra, del Sur. Madrid le interesó desde el principio. Era divertida, bulliciosa y siempre los domingos había algo que hacer, aunque casi siempre se quedaba en su casa, leyendo o escribiendo.
Aquella tarde llovía. Silencio, dolor y también mucha tensión. Aún había miedo.
Había quedado allí con una compañera del trabajo, pero no llegaba. Pasaba el tiempo, seguía sola y dudaba si marcharse, pero el dolor la agarró, y se quedó. Como siempre la policía llegó sin avisar, por sorpresa, corriendo por diferentes callejuelas aledañas a la plaza, acorralándolos. Aquella noche hubo más violencia, más caos, más ilegalidad.
Eran los últimos estertores de una etapa de oscuridad y como siempre, en los finales pasa así, el miedo a terminar, el desespero, la falta de precaución y entonces el desastre, el naufragio. Arrasar mejor que conservar, la destrucción, porque sí, porque yo ya no veo, ya no quiero, ya no escucho. Romper lo que se pierde y matar, torturar. Aquella noche hubo muchas detenciones.
Cuando vio que la policía comenzaba a cargar salió corriendo, pero aún no conocía Madrid. Se metió literalmente en la boca del lobo, pensó que era la mejor salida, la vio vacía y corrió. Allí estaba la policía, esperando a las víctimas de los hijos de la guerra y de la cárcel.
Venía de una familia respetada en su pueblo, su madre fue maestra y su padre un hombre de negocios. Todos los hijos habían ido a la universidad y todos, aunque no lo reconocían, tenían aún la inocencia del campo, la ignorancia del mundo de la represión en las calles y el miedo a ser fichado por la policía, los calabozos y la humillación.
La agarraron de los brazos y la metieron en el furgón con otros jóvenes, en aquellos días todos éramos jóvenes. Sudaba y se le empañaban los ojos. Alguien en el furgón de policía le preguntó si estába bien, ¿estás bien? lo siento, ¿dónde nos llevan? mañana tengo que ir a trabajar. Alguien agachó la cabeza. El suelo del furgón estaba mojado. Ya no se distinguían las huellas de los zapatos empapadas de charcos.
Silencio.
Fue una noche larga. Cuando su familia supo que estaba detenida, su padre llamó al mando del Cuartel de la Guardia Civil de su pueblo. Eran amigos de la infancia, aunque ya no tenían nada que ver. Se despreciaban mutuamente y también se debían favores.
A la mañana siguiente salió. Estaba sucia, pejagosa, sudada. Tenía sed. La luz del sol le cegó, no llevaba las Ray-Ban porque cuando había salido de casa el día anterior era de noche. Parecía que habían pasado días, ahí dentro se pierde la noción del tiempo. Volvió a su casa andando, solo quería ducharse y dormir. Llamó al periódico y dijo que se encontraba mal, que no había podido dormir esa noche, que tenía fiebre. Pensó que podía perder el trabajo, que la policía podía regresar.
Miedo.
A la mañana siguiente le dolía todo el cuerpo, pero había descansado. Miró el reloj y vio que era tarde, salió deprisa, sin pensar mucho, cogió el metro en Alfonso X y llegó al periódico. Entró sin mirar a nadie, saludó, se sentó en su mesa y empezó a escribir. Tenía varios encargos, el más urgente era sobre el regreso del Apollo 13 a la tierra con todos sus tripulantes a salvo. Nada acerca de las detenciones ilegales, pero claro, ¿qué es ilegal cuando las leyes justifican las violaciones de los Derechos Humanos?
Miró a través de la ventana y el sol le volvió a cegar, los cristales del edificio estaban recién limpiados, como pulidos. La luz se colaba a través de ellos como alfileres, se clavaban en sus pupilas y la cegaban de nuevo. Quiso llorar y se mordió los labios. Sabía que nada de lo que hiciera en los próximos días debía llamar la atención. Pasar desapercibida, y ya está.
Pero bueno, no estoy ordenando nada, mira qué horas son y encima estoy fumando.
el tacto
Por fin terminó su jornada laboral. Seguía alienada. Solo pensaba en llegar a casa y ducharse. Fue hacia la parada del autobús y lo vio. Se reconocieron sin importancia, creían conocerse ya, pero no estaban seguros. En realidad solo se habían visto una vez. De pronto recordó, sí, ayer en la concentración, cuando se escucharon los primeros disparos. Lo había visto correr calle abajo. Se había fijado en él como a veces cuando algo pasa cerca y nos llama la atención, sin que tenga importancia. Después te lo encuentras en la calle y piensas que un rostro te resulta conocido e intentas recordar y a veces lo reconoces, aunque no lo conozcas. Siempre es mejor por la calle amplia y cuesta menos. Bajé corriendo por Atocha, en la rotonda había más furgones, pero me detuve unos metros antes, me sequé el sudor de la cara disimuladamente y respiré hondo, preparado para pasar el cordón. Soy arquitecto, ¿y tú? Llevo viviendo en Madrid tres años, conozco un poco la zona y también cómo funciona la policía.
Charlaron un rato hasta que llegó su autobús. Cuando se despidieron, el contacto frío de su mano sudada la excitó. Al subir sintió sus bragas húmedas, no podía pensar, conocía el camino de vuelta. Cuando llegó a casa se masturbó.
el oído
Sonó el teléfono y se sobresaltó. Corrió a su habitación y abrió el armario, solo pensaba en huir, en hacer rápidamente la maleta y marcharse a su pueblo, al mar. Seguían llamando, le sudaban las manos. Decidió coger el teléfono. Era Agustín, le proponía ir al cine aquella noche, ponían en la Filmoteca Bienvenido Mr Marshal.
el olfato
Y comenzó todo, la historia de amor, la boda, la vida en común, nunca olvidé como olía, aún ahora puedo escucharlo, aún lo veo y lo reconozco.
Y también llegó la ruptura y el desastre.
Fue antes del puente de mayo. Su tren salía a las 11.35 desde la estación de Atocha. Se había levantado muy temprano. Últimamente era así, madrugaba y disfrutaba de esa sensación de estar activa mientras el edificio dormía. Se preparaba un café y sentaba en la cocina con un libro o el periódico del día anterior si aún no lo había leído. Se fumaba el primer cigarrillo.
Cerró la puerta de la habitación para no despertarlo. En el vestidor comenzó a preparar la maleta, lo siento, ¿te he despertado?, no, no, no podía dormir. Llevaba unos días inquieto, distante, se acostaba tarde y lo escuchaba moviéndose por la casa y se dormía. Se sentía segura sabiendo que él estaba en la casa, que no estaba sola. El ruido de su cuerpo moviéndose le adormecía y ya no lo escuchaba más.
Le pregunté si estaba bien y me dijo que se sentía atraído por una mujer.
Mar se sostuvo por dentro y trató de aparentar seguridad y fuerza. La boca se le quedó pegada y sintió frío. No quería moverse, por si se desmoronaba. Entonces empezó a bombardearle con preguntas, fría, seria, sin lágrimas.
Cuando el tren empezó a moverse, miraba por la ventana y lloró.
Al llegar a Granada, en la estación, vi a mi sobrino y a mi hermana que me esperaban. Ahí sentí la primera ausencia.
Desde lejos alzaban la mano para llamarla, fue hacia ellos y los abrazó, me voy a divorciar. Nada más llegar a la casa de su hermana llamó a un amigo especializado en divorcios para que le mandase los papeles. Actuaba eficaz, segura de lo que hacía, pero sin pensar.
De vuelta en Atocha cogió un taxi, se sentía agotada, era de noche y solo deseaba llegar a la casa y acostarse. Hacía un calor asfixiante, era su primer verano después de la ruptura.
Al entrar en la casa vio la luz encendida. Estaba allí. Se sorprendió a sí misma porque hasta meter la llave en la cerradura no había sido consciente de que estaría. Todavía vivían juntos. Así estuvieron un tiempo en el que aún se sentían atraídos. Tenían sexo cuando se encontraban por el pasillo, en la cama dormidos cuando se rozaban, en el ascensor o mientras ella se duchaba y él entraba al baño sin llamar a la puerta.
Querida, tú crees que así la recuperarás, que te desea, que volverá a amarte como al principio. Sonríe y continúa con el aúdio.
Le molestaba que esto continuara, le enfadaba. Entonces se sentó a hablar con él y le dijo que se tenía que ir.
Viví un luto importante en el sentido de que no me apetecía mucho salir con nadie. Quería estar sola, me sentía a salvo en el silencio de la casa donde ya no se escuchaba el sonido de su cuerpo al moverse.
En aquellos días estaba activa, procuraba cada día que no le quedara un solo hueco de alivio, de descanso, de parar. Formaba parte del comité de empresa. Eran ya los días de la democracia y la Transición era lo más parecido a la libertad.
Salía a menudo a preparar las reuniones del comité, participaban también en las asambleas y casi siempre volvía a casa, todavía sola, a las tantas. Sin embargo le daba pavor ir a la Filmoteca y encontrárselo.
Se dio cuenta de que atraía otra vez a los hombres, a algunas mujeres.
La primera vez que tuvo sexo con alguien fue extraño, fugaz, olvidadizo. Le sorprendió no haber pensado en él mientras estaba en la cama con otro cuerpo. Y así fue desapareciendo de su recuerdo permanente. Sin embargo, aún le creaba cierta ansiedad cuando escuchaba el ascensor pararse en el cuarto porque aún estaba la sensación de que pudiera volver. Se preguntaba cuánto tardaría en olvidarlo sin darse cuenta de que progresivamente se iba viendo sola. Pasó del plural a la primera persona y un día, ya no sintió angustia al despertarse y ver un lado de la cama vacío.
Estoy tratando de evocar, claro han pasado ya tantos, tantos años que lógicamente no lo puedo ver con el dolor que tú ahora tienes.
Empezaron a quedar para comer juntos una vez a la semana y fue entonces cuando más hablaron, de cosas que sobre todo él no había dicho hasta entonces, lloraron también. Le dijo que no solo sufría quien era abandonado, que también sufría la persona que abandonaba, que había momentos en los que él todavía se equivocaba de nombre.
Ella poco a poco fue capaz de escucharlo y dejó de sentir rabia mientras seguía olvidando.
Y así transcurrió el tiempo y conoció a Manuel y volvió a vivir en pareja y también se acabó y después tuvo otras parejas que también se acabaron.
El desamor volvía a su vida una y otra vez, pero ahora era diferente. Tal vez porque aquello no eran proyectos de vida o porque había perdido la inocencia de creer que las historias de amor podían ser para siempre.
Tenía también más años.
En cualquier caso comprobaba otra vez que siempre era el mismo viaje hacia la tristeza y el desamparo y reconocía las antiguas sensaciones del vacío y el dolor.
Con el tiempo se fue volviendo más solitaria, más dura. Mientras su vida cambiaba, porque es inevitable, tu vida cambia.
Las rupturas siempre te desorientan, no te voy a mentir. Sin embargo la mayor desolación de mi vida ha sido la muerte de mi madre. Y es que el desamor es un poco como la muerte, pero menos y el luto, que te va llevando a la realidad y la vida otra vez.
Levantó el dedo del teléfono y dejó de hablar. Estaba ya amaneciendo. Apenas quedaba ya agua en su vaso y vio que el cenicero estaba lleno de colillas, he fumado demasiado.
Sentía un poco de dolor.
Sonó el teléfono, era la mujer de Agustín.
- Mar, Agustín ha muerto. Se ha ido esta noche sin dolor. Le inyectaron la morfina hacia las doce de la noche. Cuando entendí que era el final te llamé. Supongo que dormías porque no me cogiste el teléfono. Estoy tranquila y él también, fue como cuando se quedaba dormido en los últimos días del hospital y le acercaba mis dedos para comprobar que respiraba, aunque estaba sereno.
Hoy por la mañana lo llevan al tanatorio de la M-30, el que está junto a la mezquita.
Dejó el móvil en la mesa y se fue hacia la ventana, la abrío y dejó que pasara el viento del amanecer. Se escuchaban los pájaros, olía a campo mojado y el sol la cegó. Cerró los ojos y lo vio corriendo calle abajo y reconoció su olor en el aire.
Aquel día no se acostó.