sábado, 3 de mayo de 2025

¿Y aquí, cuántos años tendré?


Me he quedado dormida. No me daba cuenta de que aún jugabas entre las flores soñando con ser mayor.

Lo último que recuerdo es que cortabas margaritas para tu madre, pequeñas margaritas silvestres y que me las dabas. 

Como cada vez que me quedo dormida, tú, que estabas hablando, contándome una de tus historias, te das cuenta de que me he dormido. Siempre es igual. Tú te vuelves y yo ya no te escucho. Me miras y te vuelves. Yo nunca sé si sonríes o te contraría que me haya vuelto a dormir. Nunca lo sé, porque ya estoy dormida. 

Esta es la prueba de tu presencia, eres en el otro lado, cuando te quedas solo y me das la espalda y yo te la guardo dormida Avena querido. Porque sabes que siempre jugamos en los lugares tranquilos, porque sabes que estamos a salvo, que nadie vendrá a molestarnos. Tú y yo Avena niño, nosotros solos entre las flores y las abejas.

Yo pensaba que no quería que crecieras, quería en ese momento que te quedaras así para siempre, pero no podía decírtelo Avena. A los niños no podemos decirles que no se hagan mayores, que no crezcan, que esperen a que nosotros nos detengamos o nos durmamos o nos vayamos.

Yo lo pienso Avena, y me callo.

Me has despertado, te has subido en una roca y me preguntas.

- ¿Cuándo sea así cuántos años tendré?

Abro los ojos perezosa, el zumbido de las abejas me ha vuelto a adormecer. Me preguntas otra vez, me llamas, vienes y me zarandeas, me susurras al oído.

- Yaya, yaya, despierta. ¿Cuándo llegue aquí cuántos años tendré?

Te miro con los ojos aún empañados y pienso que tienes ya 10 años, que has crecido y que el tiempo se ha vuelto a olvidar de recordarme que pasaba. De nuevo no se ha detenido, otra vez. 

Me sobresalto y me siento entre las flores. Tú te enfadas y me dices que he aplastado las margaritas, las que habías recogido para tu madre, que me habías dicho que al llegar a casa las ibas a poner en un vaso pequeño, en agua, como hice yo la última vez. Yo no tengo tiempo de disculparme.

Hacemos el camino de vuelta a casa en silencio, tú enfadado y yo, como adormecida, ausente. Son ya varios días que estamos solos, que tu madre no ha llegado. 

Los días nos han traído este silencio que me da sueño y que a ti te lleva por el prado sin pensar en mí. Sabes que estoy y duermo y que por alguna razón cierro los ojos. 

Volvemos a casa, te subes en cada tapia y me preguntas, en el tronco de los árboles, no pisas las flores, tampoco las cortas. Persistes en tu afán de crecer y concretar el tiempo en tu cabeza. Yo me digo que qué te importará el tiempo, me enfado, sigo caminando sin hacerte caso, mirando al suelo, fijándome en las briznas de hierba que ayer, cuando pasábamos, eran brotes y que aunque las habíamos pisado, se han vuelto a ergir. 

Me preguntas interminablemente que cómo serás cuando llegues ahí, que cuántos años tendrás y subes cada vez más alto, más arriba, hasta que ya no sé qué decirte, hasta que apenas te veo Avena. 

Allí lejos, desde la colina me saludas pequeño y sonriente. Puedo ver tus ojos reflejando la hierba, en tus manos se proyectan las sombras de las flores. Tu voz resuena en el valle y te ríes. 

Llego a casa y me doy cuenta de que nos hemos dejado la puerta abierta. Entro.

Te dejo saltando solo, subes y bajas pregúntandome desde lo alto, yo te veo mientras abro la puerta y te respondo con números, hasta que ya no tiene sentido y no puedo decirte más. Me vuelvo y entro en la casa, dejo la puerta abierta por si me duermo otra vez. 

De pronto escucho tus pasos saltarines, tu sonrisa de Avena. Has venido corriendo a casa, tienes hambre. Me preguntas otra vez subido en el banco, de espaldas al valle, que dónde nos sentaremos para ver crecer las flores, me miras fijamente a los ojos y me preguntas, ¿y aquí? ¿aquí cuántos años tendré?

Ahí doce querido Avena, doce sí.

- ¿Tienes hambre? 

Me respondes que sí, que ya me lo has dicho y vienes corriendo a cogerme de la mano. 

Has vuelto excitado de tanta primavera. 

Entramos en casa y me cuentas interminablemente todas las cosas que has visto.

- Vamos Avena pequeño. La cena está preparada y tienes sueño.

Entras por fin, cierro la puerta y te miro quieta, vas corriendo hacia la mesa. Pienso que te subirás en la silla y me volverás a preguntar que ahí cuántos años tendrás, yo ya estoy preparada y he adivinado el número, pero esta vez ya no me has preguntado. Bostezas. Ya estás sentado a la mesa. 

- Venga, date prisa yaya, tengo hambre.

Yo te sonrío y voy, me siento a tu lado y empezamos a cenar.

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