Entra en casa, la madeja se enreda por las estanterías y enredará tus tobillos.
En la puerta de mi habitación el viento vuela mis textos.
martes, 2 de octubre de 2012
El amor
Amar es triturar los resquicios de los huesos mondados, rechupar el tuétano caducado de las vacas sagradas, retozar en el fango y llenarse los ojos de arena.
La playa zumba y en su rugido de basura marinera recuerda a los bañistas que el amor no existe, que amar es mentira, que soñar es solo una ficción, como su propia palabra indica.
Teñíos los intersticios del corazón, no domestiquéis a las emociones, dejadlas turbias y fétidas que apacienten en los estercoleros. Porque el amor no existe, porque el amor es solo una palabra, un significante vacío, un conjunto de fonemas absurdos que pudiesen haber sido otros.
Como nosotros, que podíamos haber sido otros, que podríamos haber pasado por la vida sin amar. Pero no, hay que vivir el jodido amor para confirmar que no existe. Que el sentido insignificante de la luna es transgredir a la noche.
Desde mi ventana los insomnes vigilan insensibles. Nadie siente en la ciudad, nadie cree, nadie ama. Tal solo las televisiones encendidas en ese afán de borrar el silencio, de eludir al vacío soñando con una casa llena de gente.
- ¿Mamá? ¿Hoy viene alguien a casa?
- No, ya nunca viene nadie casa, hija. Enciende la tele.
- Pero si es de día...
Un pájaro diminuto se ha estrellado contra mi ventana, la sangre ha golpeado como en un borbotón caliente y el pájarito se ha escurrido sin desplegar las alitas. Yo me he quedado contemplando las gotitas rojas de sangre hasta el amanecer, momento en el que la sangre, ya reseca como mis ojos, ya no escurría por el cristal de mi ventana.
Los vecinos han logrado conciliar el sueño, pero han dejado las luces encendidas por si acaso, por si venía luego alguien a casa, para que viese, para que no tropezase con ningún mueble. Y entonces ha llegado el cataclismo, se ha vuelto a romper la correa del reloj, la casa se ha llenado de darditos y las mujeres, desnudas, se han ofrecido en el altar del mueblecito, junto al televisor. Ha desangrado sus capilares dulcemente, como antaño, manchando la sala de estar. La luna no estaba. La televisión...Los presentadores de televisión sobrecogían el altar con su traza de titanes.
Nadie había, nada había. Ningún. Porque el amor no existe.
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