lunes, 8 de octubre de 2012

Decisiones estúpidas



He decidido no dormir esta noche, he decidido que voy a pasar toda la noche escribiendo encima del teclado vomitado. Los restos de mi digestión abortada se resecan ahora en este espacio cotidiano. El olor ha remitido, pero persiste. Tal vez, me digo, cuando el vómito se va resecando, la materia orgánica se diseca y si no recuerdo mal, los animales disecados ya no huelen.
Creo que hay alguien por ahí que disecó a su perro, a mí nunca se me ocurrió, pero tal vez podría haber disecado a mi boxer para ponerla de adorno en el salón. Por qué no. Realmente la vida es como mi teclado. Así podría haber llegado cada día a mi casa del trabajo y haber sonreído con sarcasmo a la muerte, la habría desafiado y la habría pasado de largo. Realmente así podría haber sentido que me salto todos los límites, como ahora, que no hay nada a lo que ya respete, en lo que ya crea, nada que sobreviva. 
Mañana no quiero ir al colegio, no soporto mezclarme algunos días con lo cotidiano, sobrevuelo la cúspide de los días y no encuentro el suelo. Antes, por ejemplo, me encontraba sobrevolando la cocina y no he logrado alcanzar el agua que estaba hirviendo para preparme el décimo té del día. El agua se ha evaporado en el cazo y el cazo se ha quemado sin que yo pudiese hacer nada. He intentado bajar con movimientos bruscos, olvidarme de que era domingo, de que no había salido a la calle, de que me encontraba sola y no podía pedir ayuda. He intentado olvidar una vez más la imagen persistente de mi perra no disecada en el salón, he intentado gemir, prepararme otro té para disimular, he intentado luchar sin creer en ese verbo. He intentado olvidarme de mí misma y no pensar más, pero este día las palabras se han amontonado en mi cabeza como absurdos bastiones de conquistas inservibles.
En un golpe de suerte he caído al suelo, me he mirado a mí misma y he pensado, qué absurda soy, no creo que nadie se quede flotando sobre su cocina incapaz de prepararse un té. O sí, tal vez ella, como no.
He caminado hasta el salón estudiando la estrategia, pero el camino se mezclaba con mi sueño de esta noche y no encontraba el modo de llegar hasta el sofá. La verdad es que estaba agotada y no sabía muy bien si el cielo se movía, o si estaba en Caion, Sangrilá. Llevaba una cesta de mimbre con la merienda para mi padre y para mí. 
Parece que entonces no era compatible con ahora, parece como si ahora estuviese escuchando el sonido del mar y como si no hubiese pasado un verano sin mí, exiliada dice mi madre. Perdida.
El camino de vuelta no existe y de nuevo intento regresar a la cocina para calentarme con el tostador, hace frío, pero con esto de la crisis no quiero encender la calefacción. Voy a acurrucarme sobre la mesa  intentaré dormir.   

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