miércoles, 2 de octubre de 2013

...miércoles, el vacío, el laberinto, los rotos...agujeros en la casa, las cascadas...


Estoy en la ventana del jardín, nos hemos mudado de casa, la anterior se nos había quedado pequeña y ya no podíamos guardar todos los despertadores que necesitábamos para levantarnos de la cama por las mañanas e ir a trabajar. Desayunar se había convertido en un trabajo inabarcable, intentábamos escuchar, apagar, encender, ordenar, asignar y atender a todas las alarmas, pero la casa era demasiado pequeña y cada vez que una de las dos tomaba la decisión adecuada y corría por el pasillo hacia la siguiente señal del despertador, todos los muebles que se habían acumulado en él durante la noche y las horas muertas, nos impedían pasar. Entonces nos mirábamos, como sin vernos, como si no nos viéramos, como si no pasase nada e imitábamos los gestos cotidianos, los de vestirse y modelar la nada con crema de cacao y mantequilla y colonia de té verde. 
Y nada más, porque después ya era tarde y como siempre llegábamos tarde y de nuevo te encontrabas a la estatua en el pasillo, escribiendo tu nombre sobre las paredes de cal, sobre los azulejos, sobre las caras de los niños. Y siempre chirriaba y a mí me daba dentera, como siempre, y de nuevo me imaginaba los dientes descomunales de mi abuela arañando el pasillo, y eso era peor, porque aún me producía más irritación y se me erizaba el bello y sentía otra vez ese deseo vacío de vomitar.
Vacío, nadie, la radio se apaga sin que nadie la toque, la puerta respira afanada en seguir el ritmo cuatro por cuatro de los pasos de Ella. Siempre rápida, siempre avanzando dos pasos en uno, siempre inclinada hacia delante y hacia abajo, al mismo tiempo, como si su deseo fuese ir pero la fuerza de la gravedad acortase su talle. Descendida, encogida, visible y esforzada, triste. Coteja la esquina, respira sin querer pensar en el verbo, está triste, está triste otra vez y da esquinazo a la mañana. La pierdo de vista, la pierdo de vista otra vez. Porque al irse, la figura se va haciendo más y más pequeña, se declina, se oscurece y se pierde, y en ese momento ya solo tienes la nada, el vacío y el recuerdo es la única esperanza de rellenar la casa y de nuevo los muebles y los despertadores y ella y yo chocándonos por el pasillo y los recuerdos que ya no caben en las repisas de la cocina, que se congelan en el refrigerador y yo que me devano pensando que este no es el lugar adecuado pero es que ya no me quedan más espacios vacíos en la casa, es que la casa es muy pequeña. 
Y entonces, me doy cuenta de que ya no cae agua desde las esquinas que forma la pared con el techo, que ya no escucho el sonido continuo de las cataratas en corredor, que en balcón sigue estando el agujero y que aún tengo miedo a salir, porque me puedo caer y es muy temprano y los zorros aún van a tardar mucho tiempo en llegar.

Tengo frío, el maldito frío.

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