Me he despertado con la ropa de ayer llena de barro por todas mis pesadillas. Esta noche, la cama se ha revuelto y no he podido conciliar el sueño. Casi no me da tiempo a dormir de noche. En el Círculo Polar apenas dura la luna. Yo intento eludir al amanecer, pero me acosa implacable.
He viajado muy lejos para no encontrarme a nadie por la mañana cuando bajo a comprar la leche, para reordenar todas mis contradicciones mientras me distraigo con esta sonrisa feliz a todas horas, como si estuviese encantada, mientras intento entender qué moneda tengo que sacar ahora.
He querido borrarme del mapa camino a casa, el sol delataba la soledad y la puerta se cerraba sin ruido.
En casa, en el balcón corredero donde asoman todas las puertas, he encontrado la paz. Hay un pequeño escalón donde me hago la ilusión de que es verano, de que estoy en casa, y este aire atlántico que continuamente me roza el rostro sin que yo quiera. No puedo esconderme de él, es demasiado sexual para eludirlo y me huele y me encuentra, aunque esté cansada, aunque esté distraída, aunque esté concentrada. No respires, viene una ola de arena...fffffffffffffffffffffffffffff.....plaf!!!
Los vecinos viven en Turquía, su país tiene dos metros cuadrados y se apuntala sobre una alfombra que siempre está tendida en la baranda, como para dismular, como para que ese aire natal, como mi océano, no les dé todo el tiempo en el rostro y sientan demasiado la añoranza.
El verano es extraño porque pone estos brillos que delatan quién eres.
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