domingo, 17 de junio de 2012

...volar...


Me he despertado en el claro del bosque, las libélulas ya se habían ido...quiero contarte lo que he soñado... ...poco a poco mi cuerpo se hacía etéreo, ascendía desde el vientre como en una montaña, sin embargo yo no entendía y pensé que no debía hacer caso a esto. Tal vez lo estaba imaginando. Los pies descalzos tocaban aún la tierra llena de rocío y con las manos agarré puñados de tierra mojada que se me pegaron en las palmas pintando la línea de mis manos. En realidad no lo hacía por miedo Sinpalabras, lo hacía por sumarme con la tierra, por una rutina de planta o de vegetal, no lo sé...Me quedaba así, no pensaba y creía que aún dormía, tal vez...Pero empezé a elevarme, a elevarme, a elevarme...mis pies ya no tocaban el suelo, solo caían trozos de barro que se desprendían de entre los huecos de los dedos y así, iban despojándome del barro. Pesaba menos, pesaba menos cada vez y me seguía elevando. Fue divertido, Melees, porque de pronto tenía la cabeza en la tierra, por el desequilibrio, sabes? y los pies hacia el cielo. Entonces, las piedrecitas que aún guardaba en los bolsillos que ya no estaban rotos porque tú me los cosiste antes de partir de casa, comenzaron a caer al suelo. Aún pesaba menos, y en un golpe hacia arriba, subió todo el cuerpo, ahora sí que estaba boca abajo, con el pelo que se me enredaba entre las flores y con todas las piedrecitas cayéndoseme de los bolsillos. Era como uno de esos globos que tanto nos divierten cuando pasan por el horizonte del porche mientras chupamos con pajita un zumo de manzana orgánico. Te hubieras reído de verme así, con los ojos al revés y la nariz hacia la tierra, con la cara de espejo y toda la ropa remangada hacia la tierra. Subí más, mi cuerpo ascendía en dirección a las nubes invisibles. Todo era cielo. Cerré los ojos. Tu mano estaba ahí, sujetándome y sentía su calor seco y la marca de los hilos de la cometa, reconocía todos los huecos y recorría ciega las líneas que te dibujan la palma. Me sujetabas y yo, me dejé ascender, me elevaba más y ahora ya ni mis manos se sujetaban a la tierra. Entonces, solté todo el barro que llevaba en los puños apretados y vi como te apartabas a un lado para que no te cayese en los ojos. Te miré. Me sentía segura. Sabía lo que iba a pasar. Y de repente, me soltaste. Entonces volé más arriba y más arriba y más arriba y te veía diminuto, un punto en la arena, una nada. Me sentía segura. Volaba. 

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