jueves, 5 de diciembre de 2013

VIAJAR

                         

I

IR

Camino de casa, camino de ninguna parte. El viejo reloj gotea brisa congelada, nada es como en el verano.
La camiseta rota y la piel infantil, la sonrisa de arena.
Los viajeros.

Destinos
Viajar siempre tiene un destino, un destino aún más  verdadero que el que te prendes en la solapa cuando vas a trabajar. Entonces tomas una dirección, tan solo una dirección.
Direcciones
Tener una dirección es tener una casa o tal vez tan solo una agenda. Antes…cada año en enero renovábamos la agenda o el almanaque, con bolígrafo, en papel. Ahora nadie vive en casas… direcciones de correo electrónico. ¿Quién llama a tu puerta? Nadie.
Viajar hacia el Este, a favor de la luz y el verano; viajar hacia el Norte, a favor de la lluvia, cuando la lluvia era lluvia y antes de que dejase de serlo, casa; viajar a la Isla Grande… ya he hablado demasiado.
Un viajero con una maleta, con una noticia, con un pretexto, con un destino. En el vagón del tren puedes encontrar destinos de todos los tamaños.
Él va a encontrarse con su madre, lo hace periódicamente, como una rutina. Viaja, ha cogido el tren, como siempre. Lleva un traje gris que le ciñe el talle y una servilleta de papel en la mano, se le quedó prendida antes de darle un beso fugaz, sin pensar, como los que se daban últimamente, besos con sabor a café en las comisuras. Besos de papel, recién estrenados y frágiles. Se sorprende arrugando su servilleta. Mira de nuevo por la ventana, no se mueve. Aseado y limpio se pregunta cuánto tiempo queda para llegar a casa.
El autobús va vacío, está entrando en las dársenas. Madrid, Méndez Álvaro. La pequeña con su mochila es tan diminuta que apenas se sabe si tendrá cabeza. Tiene miedo, hace frío y es de noche. Se aprieta dentro de la mano, en el bolsillo del pantalón, los restos de pan duro de un bocadillo de queso.
Aviones, leyendas, poemas, máquinas asesinas del tiempo cuando creíamos que el tiempo existía; cuando pensábamos que el tiempo se podía acumular en las agendas de papel; en los almanaques del viento; en el reloj que llevaba para dar la clase; en el rincón de cocina, cargado de polvo…



II

VOLVER

En las metáforas de las aceras heladas se agazapan las nadas, recoges algún guijarro de vacío y te lo calzas sin miedo, porque ya no reconocías tu pavor deshojado en margaritas agostadas, porque el verano no está y ni siquiera lo has visto debajo de tu cama. Y sin embargo, y sin embargo… y sin embargo nada…

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