Estoy bajo los escombros del derrumbamiento, te busco y, aunque te oigo, no puedo verte. Sé que me estás buscando. Intento levantarme pero todo es oscuridad y muerte, tengo miedo por primera vez, y defino el miedo como una sensación pastosa en la lengua. Tengo sed y te recuerdo a todas horas bebiendo agua en tu vaso de cristal blanco regordete. Yo también bebía antes.
Antes...él antes pensaba...antes.
Sueño con tus ojos delirantes por la playa, yo volaba, tú temías y en el intersticio del miedo, soñabas. Te he sorprendido tantas veces lejos, no nos veías, no estabas, o...no estábamos. Ayer te vi leyendo en un libro de la Duras y releíste varias veces Mi madre pasaba cada día por esa tremenda desgana de vivir. (...) He tenido suerte de tener una madre desesperada por un desespero tan puro que incluso la dicha de vivir, por intensa que fuera, a veces, no llegaba a distraerla por completo.
Estoy bajo los escombros, pero he decidido soñar contigo, mi bella amada, mi esposa, mi hermana, mi compañera, mi recorrido...tu recorrido. Nos hemos recorrido juntas, piel con piel, ojo con ojo, aliento con aliento...Hemos cabalgado sin lomo y nos hemos derrumbado a la vez.
Decido dormir y sueño con el olor del arroz cocido, con tus músicas interminables, con los paseos junto al mar, con tu olor soñado, te tengo, te llevo. Duermo.
Escucho que alguien llega y levanta los escombros, me levanto, me levanto, me levanto...Mis patas no me oyen, el polvo del dolor ha cavado en mi pelo haciendo surcos insalvables. Me escuece el pasado y me arrastro por la casa en un desesperado intento de apretar los días, las horas, los minutos, los segundos...
Ahora duermo como antes y siento el calor de la casa. Sueño. Soy libre.
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