Ensayaba este arte de eludir y se me olvidaba todo.
Hoy he esperado en el descansillo al monstruo, incluso me he desnudado sin depilarme y he mostrado el vello de mis piernas desmelenado y mi pubis sin atavío. No ha venido. He querido orinarme otra vez, así, en el descansillo, como mi perra, dejar el rastro por el ascensor y recordar a todos, que aunque me he ido a London, seguimos aquí, que no vamos a parar de orinarnos en el hueco de la escalera hasta apestarlo todo, hasta que ya nadie pueda vivir aquí y decidan alquilar sus casas y marcharse a alguno de esos barrios estúpidos de la periferia donde se hacinan las propiedades vacías y los amores obsoletos, donde las historias ya estaban escritas en el Super Pop y nunca tuvieron una banda sonora, porque aquí la música no existe, porque aquí las cuerdas vocales no son capaces de cantar en la calle, bajo el sol otoñal que persiste implacable.
A veces me recuerdo comprando comida orgánica o pisando las aceras de noyó...a veces me recuerdo y no me recuerdo, a veces cuando me recuerdo me olvido inmediatamente y ya no puedo volver a recordarme, a veces me escupo a mí misma, en el pubis claro, o en cualquier otro lugar de mi cuerpo, pienso después, en restregar la saliva con mi mano derecha e introducirla en cualquier lugar hueco de mi cuerpo, la nariz por ejemplo; pero a mitad de camino, me vuelvo a olvidar. Siento la humedad absurda que quiere recordarme que el sexo existe, que a veces el sexo se mezcla con el amor, que el amor puede soñarse o que soñar está permitido, y entonces, en un movimiento sonámbulo, froto y froto y froto y froto hasta hacerme una roncha rosácea en mi piel y froto y froto, para sentir solamente el cuerpo, para levantar la epidermis y dejar que las venas se oxigenen, para enmudecer el grito que atraería las miradas de los transeúntes, para enmudecer, para enmudecer, para enmudecer... Y cierro los ojos, y invoco a los darditos y miro mi muñeca desnuda e intento recordar el balcón, pero ya nada, como en un orgasmo ahogado, no veo nada.
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