miércoles, 2 de mayo de 2012

Abducida


Masturbarse delante de una diosa desnuda,
mirar fríamente sus senos de piedra y
gemir rompiendo la paz de la montaña.
Respirar a trompicones en brotes de sangre prieta,
recorrida en venas muertas de árboles cansados,
tuberías frágiles por donde vencen retamas abatidas.
Masticar fragmentos límites, 
carreras salvajes por el barro 
de mi cuerpo. 
Emborracharme de la calidez de la piel que hierbe.
Trazar una línea discontinua con la uña de mi sién
y volver a empezar.
No saber.
No ver.
No comprender.
Tropezar en una tempestad de rocas que amarga mi boca, 
que la cubre de sal y la inmoviliza.
No sentir.
Escuchar en el ruido frases remotas de silencio.
Marchitar.
Esculpir un bloque de hierro forjado
y anegarte en sudor.

Has navegado en la oscuridad sin barca, 
te desdoblas con crujidos de ti mismo y 
te exhibes hermosa.
Estás, no eres.
Existes, no estás.

Construye un muro de verbos finitos
deambulando en yesos improvisados.
Levanta vigas inmateriales que
emborronan cercos de mimbres.
La casa está vacía de palabras pronunciadas, 
mientras se escucha la tertulia del hormigón.
Alguien llama sin puerta y traduce
detrás, el ruido de la casa.
Se queda sin voz, para responder
¿quién es? 
Aprieta los labios como imitando un lenguaje
aprendido.

Afuera aguardan todos,
su espera impasible impacienta
la noche acabada.
No amanece sin precio
y en las manos de los otros
rebosan cuencos de ramajes frescos
que no alcanzan a perfumar el espacio.


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