sábado, 29 de septiembre de 2012

Escupir


Hoy he estado escupiendo en la calle, justo ha sido al salir de casa que no he podido refrenar este impulso y, realmente, como ahora ya solo me muevo por impulsos escatológicos me he dicho... ¿refrenar? Total, que he caminado hasta el metro escupiendo cada cinco segundos sin interrupción y cuando iba a la mitad del camino me he dado cuenta de que ya no me quedaba saliva. Ha sido muy desagradable, la verdad, porque he tenido uno de esos momentos de pánico en los que no puedes tragar porque el miedo se te atraviesa en la garganta y te clava una astilla en la traquea. Estoy acostumbrada, ya sentía la astilla en las noches del orín, de las bolsas de plástico, del desprecio de mi abuela que siempre te decía ¡nena!, del caminar en silencio, del soñar con ser invisible, con que mis sábanas mojadas amaneciesen planchadas en la balda de mi armario infantil, diminuto. Nunca sucedía, tal vez porque lo real es real y acontece, tal vez porque aunque dé marcha atrás al reloj, el tiempo no cambia, tal vez porque es necesaria más de una noche para que la sábana se seque y, sin embargo, el olor persiste. 
Ensayaba este arte de eludir y se me olvidaba todo.

Hoy he esperado en el descansillo al monstruo, incluso me he desnudado sin depilarme y he mostrado el vello de mis piernas desmelenado y mi pubis sin atavío. No ha venido. He querido orinarme otra vez, así, en el descansillo, como mi perra, dejar el rastro por el ascensor y recordar a todos, que aunque me he ido a London, seguimos aquí, que no vamos a parar de orinarnos en el hueco de la escalera hasta apestarlo todo, hasta que ya nadie pueda vivir aquí y decidan alquilar sus casas y marcharse a alguno de esos barrios estúpidos de la periferia donde se hacinan las propiedades vacías y los amores obsoletos, donde las historias ya estaban escritas en el Super Pop y nunca tuvieron una banda sonora, porque aquí la música no existe, porque aquí las cuerdas vocales no son capaces de cantar en la calle, bajo el sol otoñal que persiste implacable. 

A veces me recuerdo comprando comida orgánica o pisando las aceras de noyó...a veces me recuerdo y no me recuerdo, a veces cuando me recuerdo me olvido inmediatamente y ya no puedo volver a recordarme, a veces me escupo a mí misma, en el pubis claro, o en cualquier otro lugar de mi cuerpo, pienso después, en restregar la saliva con mi mano derecha e introducirla en cualquier lugar hueco de mi cuerpo, la nariz por ejemplo; pero a mitad de camino, me vuelvo a olvidar. Siento la humedad absurda que quiere recordarme que el sexo existe, que a veces el sexo se mezcla con el amor, que el amor puede soñarse o que soñar está permitido, y entonces, en un movimiento sonámbulo, froto y froto y froto y froto hasta hacerme una roncha rosácea en mi piel y froto y froto, para sentir solamente el cuerpo, para levantar la epidermis y dejar que las venas se oxigenen, para enmudecer el grito que atraería las miradas de los transeúntes, para enmudecer, para enmudecer, para enmudecer... Y cierro los ojos, y invoco a los darditos y miro mi muñeca desnuda e intento recordar el balcón, pero ya nada, como en un orgasmo ahogado, no veo nada.

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