Como una Eurídice estéril, he descendido desde los infiernos a un cielo de azufre, he rebuscado entre mis ruinas pasadas donde yo no existía y me he encontrado rota, ajada, desgastada de agujas sin enebrar. He mirado hacia el sol para buscar el agujero que me sacase de donde no sé por qué me empeñaba en salir. He mirado al final y no quería moverme, iba...la movilidad inmóvil del no saber por qué vas.
Salida.
Afuera todo es igual, sin embargo las flores compiten por el color, la hierba aspira a la humedad, el árbol expira el oxígeno de matar, veo y no me interesa. Salgo hacia más, pero todo es igual.
Entre el remoto castillo derruido, un principito come gusanitos absurdos entre sus manos desiertas, entre sus manos pálidas sin vida, entre sus dedos desmigados de grasa animal, artificial. Un principito come gusanitos para pasar los minutos y las horas y los días indiferentes, ineficaces, invisibles. Un principito que no quiere viajar, que no busca planetas de habitantes imposibles, un principito que camina ciego como un animal enjaulado, que mira al suelo y escupe el papel de plástico de la bolsa de gusanitos que le repoblaba el bolsillo de un pantalón estéril.
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