domingo, 15 de abril de 2012

...M-30...





No sé si te has fijado, pero mis pies golpean el suelo bajo el misterioso compás del sonido de tu teclado. Me gusta que suenen porque me hacen girar y girar, perder la gravedad y sentir que me elevo hacia la luz que me ciega y me mira desde el techo. Cerrar los ojos y coger con el aire tu cuerpo. Salir a la acera fría y no tocar ningún objeto. Atravesar una autopista sin chocar con un mísero coche. Nos pasan gentes, animales cualquier tipo de seres, pero giramos con tanta fuerza que no podemos distinguir ninguna. Soy ligero pero resistente. Me haces huir y no me mareo. Andar hasta el ardiente Tánger y tocar con los dedos la espuma del hielo. Y seguir girando mientras escribes. Ahora a un tendero, mi estómago hambriento y la tostada helada. Dejarnos hundir. Dando vueltas y vueltas, andamos por los corales luminosos. La oscuridad con un manto nos intenta atrapar. Pero somos demasiado veloces como para que nos coja. Llegar hasta el fondo. Me paro, no oigo el teclado. Allá parece haber una luz. Sí, es una pantalla del ordenador. Puedo ver que hay alguien frente a ella. ¡Mi pareja de baile! Su cabeza tumbada sobre la orquesta. Debe haberse quedado dormida. Creo que tendré que volver a casa. Andaré de puntillas para no molestar. Eso sí, no será fácil llegar hasta la puerta. Todo está esparcido, hilos, madejas gigantes... parece que no ha cenado sola. Sudo, tengo calor, el corazón está tocando su propia sinfonía. No quiero que me oiga. Mi pecho crece y me desinflo paulatinamente para no hacer ruido. Me topo con la puerta y encuentro el bracito que me hará volver a casa. Lo bajo mientras empujo su cuerpo. Así no podrá oír el rugir de sus pasos; es igual de ligero que el tabique que le sostiene. Giro mi mirada y me aseguro que no he soñado. Mañana volveré, de noche...

No hay comentarios: