Brota el crepúsculo opaco de cada brizna de hierba, la cebada aún verdea enfrentada al sol de agosto. La humedad alborota mis pliegues y los recubre de un aceite sucio, que no me pertenece, el aceite de una dinamo absurda en un mundo combustible.
He caminado otra vez descalza por la calle, busco retazos de astillas donde apoyar mis pies mustios y enraizar con el asfalto. Tengo los brazos rotos y cabalgo deshuesada a lomos de una yegua ¡hia! ¡hia! Me caigo, me asusto, me orino entre una mezcla de miedo e incontinencia, huele mar y a pelo sudado de caballo. Me orino otra vez, y la dama epiléptica sonríe intentando pasar desapercibida.
- Byron, me escuchas, sálvame en tu caos mortal y llévame a tu isla sin retorno de vacío ansiolítico. Byron, vete, ven, vete, ve...siempre ven.
Mariposas deshojadas en un otoño improvisado que finge saber el transcurso de las estaciones.
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