Accidentes
¡Ja! Accidentes...accidentes siempre he creído que son lo más traumático de nuestra existencia, accidentes son la ruptura del tiempo y la constante, no del accidentado, sino de los que le rodean. Accidentes que te accidentan la vida, que te la franjan en un instante de solidez absurda. Absurdo. Se rompe el reloj y se paran tus días, o tu tarde o tu recreo. El accidente es un dios omnisciente que arrebata la continuidad de tu pensamiento, el suceso amable de un roibos o la entrada de tu blog, que se queda a medias, como tú misma, a medias de una respiración constante, de cuatro días soñados o de tres años esculpidos en una forja, como quebró tu respiración al salir del útero materno adonde ya no volveremos. Entretanto la vida, sustantivo abstracto por cuyo motivo desconozco ya, porque los accidentes han cambiado su sentido; entretanto la vida, también se detiene o se da la vuelta, como los huevos fritos londinenses. Te quedas descerrajada, con las llaves dentro de casa y sin aliento. Todo sigue transcurriendo, pero tú ya no estás, finges con palabras aprendidas: el lenguaje; haces como que estás, ¿segura?; pasas la página de un libro, como leyendo; o haces que tomaste una fruta, hace un mes. Haces y deshaces o más bien deshaces, porque llevas ya muchos días enredada en la madeja que de pronto comprendes que no era un círculo, sino una línea recta de lana enredada por tus manos y llena de nudos. Antes disfrutaba deshaciendo los nudos...
Accidentes son personas que pasan, por la calle: transeúntes; por tu vida: huéspedes; por tu mente: fantasmas; por tu cama. Las personas amadas no son más que accidentes, pasajes líquidos que te bebes insaciable y que no se agotan hasta que pasan de largo.
¿Quién hay ahí? yo misma, ¿soy un accidente? no sé...ya no digo certezas, pero sé quienes son accidentes. Pasan, arrasan, ligan y a veces escupen. Entes accidentales, anécdotas con ojos, performance temporales como mi nevera vacía, llena..?, más bien vacía. Desgarros o desapegos o desechos o destrucciones o aniquilamientos o polvo de escombros o qué más da. Pero no verdades, realidades, permanencias. Y queda el interior interrogante que no me interroga ya porque es de lija enamoradiza, accidental y pasajera. Queda un yo que no entiende ni responde a la incógnita de vivir, porque aunque exista Augusto, el apego a la vida también es otro accidente, el de lo genéticamente incrustado en tu lenguaje interior. Pero cuando la vida se gira, lo genético también se convierte en un accidente. ¿Vivir? ¿por qué es necesario? ¿por qué la vida es así? Desconozco el significado de esas preguntas. Quiero ser libre hasta el suicidio.
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