jueves, 22 de agosto de 2013

...jueves...



El tiempo es algo extraño, pasas la mayor parte de tu vida esperando a que pase para luego tener de nuevo tiempo de poder esperarlo de nuevo. Esperamos a que pase el tiempo y nos sentamos en una silla indiferente y hacemos planes y recordamos y organizamos el día y nos arreglamos para ir a trabajar, como hace ella ahora, con una rutina que adelanta el momento del lunch. Bien es cierto que hay personas, como ella, que no habitan el tiempo, que saltan por encima de los instantes sin percibirlos, porque cuando no piensas en el tiempo, cuando no sientes el tiempo, el tiempo no te transita y la vida te pasa, como a ella, en una sucesión de instantes conquistados. 
It's a skill.

Esta mañana, el tiempo se había detenido en la mesita de noche, como uno diferente, significando el verbo detener con un nuevo matiz, el literal; con el sentido físico, el de permanecer inmóvil, estático, observante, juguetón. Esta mañana, el tiempo había olvidado su sentido poético adquirido. 

Hay muebles, como la mesita de noche, que realmente no se corresponden con sus significados, igual que el tiempo. La mesita de noche puede ser una estantería desubicada o las patas de una mesa que huyeron, simplemente, huyeron. Y el tiempo se había congelado y yo lo miraba y nos mirábamos desde el acantilado turbio de los significados adquiridos. Y simplemente no hablaba, pero podía mirar, y yo podía retener entre las cuentas de su collar, los vapores evadidos de la noche pasada. Y las palabras me pesaban de tantas connotaciones, y me costaba abrir los ojos, porque al mirar al tiempo los recuerdos empujaban desorganizadamente, caóticamente, bestialmente, ruidosamente, como un ejército de hombres salvajes con sus penes agitados. Y yo trataba de ser literal, de ponerme el pijama y salir de la cama con el té en la mano, de recorrer el espacio inmenso entre la ventana y la cocina, de escalar a la silla y asomarme a la ventana de la casa, trataba. 
El tiempo me estaba esperando, el tiempo que duerme ahora en la estantería de noche, el tiempo que sobrevuela mis sueños y no puede rozarla. Y cada noche, mis sueños superan al ejército de hombres con sus penes erectos, y el tiempo observa y mis hombres se revuelven y los recuerdos se defienden falsamente, tan solo para disimular, tan solo por la absurda obligación de recordar el pasado, de recordar mi vida. Y se ahogan, y enmudecen, y se congelan, y yo ya no recuerdo nada, y el tiempo pasa como por rutina, como sin personalidad y vuelvo a soñar y de nuevo se me amontonan entre las marcas que deja la sábana en mi piel desnuda cada noche, secuencias descomunales, imágenes deshabitadas, retazos inservibles que me habitan y me desbordan, de nuevo sin sentido poético. Y cada mañana, mis sueños nocturnos conquistan mi cuerpo y dominan mi decisión y me recuerdan que me pueblan y desaparezco y pienso en ellos y los llamo y comparto mi tiempo con ellos sin poder comprenderlos nunca. 
Porque esta mañana, cuando me desperté, el tiempo era un pedazo de aliento de papel.



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