jueves, 29 de agosto de 2013

Olvidos

Cuando no se estudia gramática no se puede olvidar lo que es un verbo porque no se concibe, porque lo que no se concibe no existe. 

Cuando se ha vivido, no se puede olvidar lo vivido, porque va sumando conceptos en la epidermis y cada día se recuerda, se relee o incluso a veces, lo reescribimos con el paso del tiempo. 

Y entonces, vivir en el susurro, apagar el racimo de rumores que se cuelan por el tiempo, recubrir la colcha de la cama con tapioca y leche, rebajar los sonidos que tamizan mi espalda en la mañana, y volver a dormir, y despertar en la noche mojada de sudor, y recordar los barrotes de mi cama agarrotada y murmurarte sin miedo que me cuentes cómo has sido con el paso del tiempo, cuándo descubriste el calor de las tardes cansadas.

Llego tarde otra vez, el reloj no ha esperado a que llegase, en la puerta de la calle de nuevo tengo que recoger por la acera todos los minutos perdidos, los segundos alterados cuando quería ganar tiempo al tiempo, las esperas sumadas y gastadas en vacíos, los gestos repetidos, las voces conocidas, el paso del tiempo.

Pasa un zorro. Cuando pierdo la cuenta de su día a día, me siento perdida. Tal vez es porque ya no viene debajo de mi balcón, porque ya no me observa con los ojos brillantes, más certeros que los míos, que se vuelven de aguas estancadas con el paso del tiempo.

Y perder las secuencias mientras bajas la escaleras por trescientas sesenta y cinco veces en este verano y al subir pisarlas sin prestar atención, porque no quieres pensar, porque te estabas olvidando de recordar y de pronto se te escurren las memorias y te encuentras agotada de tanto vacío. Es el paso del tiempo, pero cuando el tiempo no existe ya no se puede recordar, porque el recuerdo pertenece al tiempo y el tiempo ya no existe. Es el paso del tiempo.

Salgo a la calle, me diluyo entre el aroma mojado de la ciudad sin tiempo, me escurro haciéndome la invisible y paso desapercibida. Nadie te mira; nadie te toca; nadie ni tan siquiera te roza. En la ciudad de la lluvia nada se dilata, me siento en el escalón de Angel, los zapatos avanzan, he perdido mi caja babeada de nodles, hoy no llevo la falda. Ya no sonrío. 
Sin embargo, los días se repiten, pero no dejan rastro

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