viernes, 20 de abril de 2012

Desayunos literarios


Desayunar con adolescentes es como tomar un café templado de margaritas, como masticar deprisa y tragar atragantándote. Y mientras tanto oliendo a tostadas invisibles de palabras cargadas de sueños y de contradicciones y de temores y de valentías y de ansias de vivir y de mis mismas parálisis permanentes. En el fondo...no estamos tan lejos, en el fondo...duerme Ofelia, la eterna adolescente que decidió dormir entre las flores, bajo las aguas del río. 


- Ofeliaaa!!! (grita Hamlet) y ella, subida en una escalera, se balancea detrás de una cascada artifical. Ofelia no volvió, Hamlet tampoco la esperó.


Y la espiral de palabras gira entre masticares de bizcochos cargados de chocolate y entre comisuras de leche o de zumo de naranja artificial, y una guitarra sonrojada canta a la hora de la pereza y todos volamos entre sinceridades compartidas. Y una voz se quebró y huyó con miedo y escuchó palabras ocultas que no tenían pudor. Y su traje repetido, y las miradas cómplices y un chicle ancla que ase el barco para que no se lo lleve el mar.



El papel continuo, como la vida y sobre el papel unas migas encerradas en el laberinto de cabezas repeinadas y de colonias tardías que se olvidaron en el estante del cuarto de baño. El papel continuo que no se parece a la vida y que me evoca el papel de la marca Elefante, ¡uf! no quiero recordarlo, me da otra vez frío. El papel continuo que cortamos con tijeras, o con una guillotina de cortar papel o con la mano o con los dientes o que alguna vez olvidamos en el pasillo, encima de una estantería horrible o que simplemente olvidamos porque nunca lo usaremos y, alguien lo tirará, intacto. 
Sigo usando el papel continuo, es el mejor cuaderno para proyectar el caos. 
Y siete en la lista de espera, o en la lista de la compra, o en la lista de clase, o en la lista que se quedará en blanco porque nunca llegará nadie para rellenarla. 


Alguien ha dejado un papel doblado en cuatro veces encima de mi mesa, y un cuaderno imperfecto se me cuela entre los brazos y se viene a mi casa y se queda habitando mi mesa de trabajo, silencioso, una temporada.


Gracias por este desayuno de confetis de azúcar, donde guardasteis silencio y me acompañasteis.

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