viernes, 13 de abril de 2012

...la primera noche...


En la casa, desconozco los recuerdos que construyeron mi vida. Entrecierro los ojos y no reconozco la noche. He atardecido, los cuadrados de vidas que se proyectan desde mi ventana me miran y yo no quiero verlos. Me estoy apartando, pero me dan como darditos punzantes. He salido hacia la oscuridad, he visto allí la esencia de mis venas que encontré antes, y pensé, me lee. Sus ojos son un asa a las horas contadas, cuando me destejo en los relojes frenéticos, ¿quién les ha dado cuerda, melees? Algún dios perverso que quiere envenenarme de cuerpos caminantes con los ojos apagados. Aprieto los párpados hasta el dolor para no sentirme viva, quiero estar en el otro lado, donde los azules saltan sobre el mar, donde puedo respirar, donde me lees. Tenía los bolsillos rotos en ambos lados y la mirada ganada en la sombra del local, yo no veía a ninguna, porque para mí, ninguna existía, solo lo entretejido cuando aún no habían pasado los años. Cuando paseaba con un sombrero por la playa, cuando ella trotaba entre las zarzas y me miraba delirante, cuando olía a sal y óxido...he regresado, ¿quién me ha empujado? yo no había visto a nadie. Solo queda el sabor a óxido en mi boca. Me baja por el cuerpo y lo quiebro para no perder la flexibilidad. Esta noche he decidido bailar, la lluvia cae desde las luces del local apestoso y alguien me llama por la espalda, devuelvo mi sudor y sigo bailando, no quiero ver rostros, solo los fotogramas de mi cabeza. Alguien pasa las páginas demasiado deprisa y con el aire de las hojas se vuelan algunos fragmentos desprendidos, y duelen en la piel, como heriditas, y me lamo solamente por inercia. De nuevo el sabor a óxido, y la luz parpadeando y este reloj que se empeña. He mirado a alguien que había al lado, pero no me salía la voz, quería decirle, sabes melees, quería pedirle nada más, que me quitase el reloj. Era tan sencillo, tan solo tirar de la hebilla y luego la correa se deslizaba sola y yo pensaba en ti y tú hubieses sabido cómo se quitaba ese mecanismo, pero no te vi, estaba demasiado oscuro y mi mirada perdida no lograba enfocar. 
Entonces quise estar completamente sola, me apoyé en la pared y cerré los ojos muy fuerte, hasta sentir otra vez los darditos entrelazados. Imaginaba la música entre mis labios, intenté tararear la canción que sonaba como para hacer que no pasaba nada, intentaba disimular y buscar miradas inquisitivas, nadie me veía porque yo no estaba. Me enluné en la barra de la discoteca y viví como viajando, imaginé aquel café de Tánger donde ponían zumo de naranja con crepes y el sabor a metal del vaso. De nuevo apreté los ojos. Lágrimas, calor, despacio, soledad, lluvia otra vez y la humedad de todas las infancias, la humedad que cubre tu cama inmensa para tus pequeñas manos y el sonido de tu madre que siempre se iba y tu reloj de minutitos rojos y otra vez la humedad, y el olor a orín en la cocina y el esfuerzo de mi abuela por preparar un cocido sin piedras. Y la casa que se llenaba de arena de las plantas y el sol ya no podía pasar por el pequeño hueco, y te dabas con el techo demasiado pequeño para tu pequeño tamaño y volvían las ganas de apretar los ojos y salir de allí. Pero cuando eres pequeña, nadie te dejaba salir sola a la calle. Y querías gritar sin que nadie te preguntase si te dolían otra vez las muelas. 
Necesito escribir melees, necesito escribir, necesito escribir y llenarte el cuerpo de cursivas que te miren sin pudor. Y necesito abrir los huecos cerrados de mi nariz para que pase el aire hasta mis pulmones para no seguir ahogándome como todas las semanas. Necesito salir de los días sin luna que se enredan por mi casa, necesito expresar lo que no tiene voz.
No quiero pasar este dolor en el cuerpo, debe ser que ayer me caí y tal vez me pisaron, me busco los cardenales...
Tengo unas velas por aquí pero no hay cerillas.
Ella necesita aire y voy a dárselo. La calle está ahí abajo, y alguien me dijo que yo podía salir cuando quisiera, tal vez hoy...Hace muchos días que no salgo a la calle y ahora tengo miedo a los perros. Busco mi camisa de Amsterdam y me enfundo en ella como en una coraza de hojalata. Frágil coraza de hojalata me río con ironía, y la ironía me escuece como cada vez, porque son ya muchas veces, y no puedo parar este escozor en el pecho, melees y no quiero dejar de escribirte porque tú me lees y así mis versos tienen voz, porque yo ya no me acuerdo de las palabras más básicas.

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